AL CANTO DE LOS GRILLOS

De repente, el galope de lo oscuro, quieto y ciego,
se marchita con el roce de la luna
y un sendero sombrafrío
acaricia los pies bajo la espuma
del océano de estrellas que me envuelve.

Paraíso de soles ataúdes,
de auroras boreales, de mares de silencio,
de corazones rotos
que germinan por cantos de laúdes,
y rompen suave y mágicos los ojos.

Te encierras en sueños lamidos de cansancio,
los tributos del día se pagan con el hambre
que genera la umbría alameda de tus venas,
indeleble amapola negra y fría
que te mece y desprende
y te exige la tristeza insistente del reposo del día.
Yo te sirvo de inútil movimiento, de reproche del mundo,
de escondrijo del llanto, de lecho de lo inmenso.

Te destilo la sangre
que corre en el invierno de los hombres,
negro, indolente, trágico espacio de papel
que espera ser herido por los aguijones
de palabras huecas,
de palabras llenas por la luz irónica
que grita en las guerras,
por olas de niebla,
por el color muerte que tienen las piedras.

Mas, tiene la noche calor, amor y cuna,
y miles de almas obsesionadas
duermen en su pecho esperanzas
para calmar su sed de mil caricias
y romas las espinas se entrelazan
por no herir la luz de las luciérnagas.

En la noche el paso es más ligero,
las sombras lacerantes,
se cuentan las horas como metros de seda,
terciopelo y olivos.

Amores que marchitan, amores aún no escritos,
regresamos a casa por el viejo camino
cantando una canción montada en un silbido
para enterrar el miedo al canto de los grillos,
montones de hojas secas jalonan el camino,
no importa que en la noche
haya perdido el mío.

Chema Muñoz©

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