Escuchar "El maravilloso mundo de las abejas"
Síntesis del Episodio
Cuento de Nacho Laguía - Locución Sique Rodríguez
#Cartasdesdemicasa
Abrumada, cerró el libro, colocando la estampita a la altura perfecta para poder abrirlo al día siguiente. Bueno, si es que lo abría. “A quién se le ocurre empezar Crimen y Castigo en una situación como esta”, concluyó.
Miró el móvil. 15:07. Pensó que con siete minutos de lectura no tenía suficiente. La tarde era larga y mamá tenía prohibidas las series hasta las ocho. Se levantó de la cama y bajó al salón. Papá dormía apaciblemente en el sofá, mientras los hielos flotaban sobre el café. La televisión mostraba la apasionante rutina de la abeja europea. Según parece, tienen un sistema de comunicación propio a través de la vibración de sus alas.
Interesantísimo.
Se dirigió a la estantería en busca de alguna novela. Entretenida, pero con fundamento. No muy pesada, pero que le diera para varios días. Nada de crímenes, ni triángulos amorosos, ni dramas psicológicos. Suficiente tenía con lo suyo.
Empezó a ojear por el estante más alto. Mamá había puesto allí los libros más gruesos. Alguna biografía, títulos ñoños, portadas horteras y más clásicos rusos. Nada apropiado para el momento.
La pantalla seguía explicando cómo esa vibración permitía
a los insectos comunicar la distancia de los alimentos respecto al sol, descubrimiento que les valió a unos investigadores el Nobel de Fisiología en 1973.
Buscó en la balda de abajo. Allí estaban todos los Episodios Nacionales. Recordó la vena patriótica que le brotó a su padre hacía un par de años, cuando en casa empezaron a ver aquellos programas de debates nocturnos. Con delicadeza pasó los dedos sobre los lomos y en su yema una capita de polvo revelaba que nunca se habían abierto.
Junto a la obra de Pérez Galdós, unos cómics de Tintín, rescoldo de un friquismo pasajero, y en la parte baja del mueble, ediciones ilustradas de grandes ciudades del mundo y varios libros de cocina, con un famoso chef sonriendo en su portada.
Sentada en el suelo, se dio por vencida. Se levantó y buscó a su madre, pero recordó que había ido a comprar más pasta de dientes.
#Cartasdesdemicasa
Abrumada, cerró el libro, colocando la estampita a la altura perfecta para poder abrirlo al día siguiente. Bueno, si es que lo abría. “A quién se le ocurre empezar Crimen y Castigo en una situación como esta”, concluyó.
Miró el móvil. 15:07. Pensó que con siete minutos de lectura no tenía suficiente. La tarde era larga y mamá tenía prohibidas las series hasta las ocho. Se levantó de la cama y bajó al salón. Papá dormía apaciblemente en el sofá, mientras los hielos flotaban sobre el café. La televisión mostraba la apasionante rutina de la abeja europea. Según parece, tienen un sistema de comunicación propio a través de la vibración de sus alas.
Interesantísimo.
Se dirigió a la estantería en busca de alguna novela. Entretenida, pero con fundamento. No muy pesada, pero que le diera para varios días. Nada de crímenes, ni triángulos amorosos, ni dramas psicológicos. Suficiente tenía con lo suyo.
Empezó a ojear por el estante más alto. Mamá había puesto allí los libros más gruesos. Alguna biografía, títulos ñoños, portadas horteras y más clásicos rusos. Nada apropiado para el momento.
La pantalla seguía explicando cómo esa vibración permitía
a los insectos comunicar la distancia de los alimentos respecto al sol, descubrimiento que les valió a unos investigadores el Nobel de Fisiología en 1973.
Buscó en la balda de abajo. Allí estaban todos los Episodios Nacionales. Recordó la vena patriótica que le brotó a su padre hacía un par de años, cuando en casa empezaron a ver aquellos programas de debates nocturnos. Con delicadeza pasó los dedos sobre los lomos y en su yema una capita de polvo revelaba que nunca se habían abierto.
Junto a la obra de Pérez Galdós, unos cómics de Tintín, rescoldo de un friquismo pasajero, y en la parte baja del mueble, ediciones ilustradas de grandes ciudades del mundo y varios libros de cocina, con un famoso chef sonriendo en su portada.
Sentada en el suelo, se dio por vencida. Se levantó y buscó a su madre, pero recordó que había ido a comprar más pasta de dientes.
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