Romanos 13

13/10/2025 37 min
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Síntesis del Episodio

El capítulo 13 de Romanos nos enseña, en primer lugar, acerca de la sujeción a las autoridades terrenales. Pablo explica que toda autoridad proviene de Dios, y que quien se opone a ella, se opone al mismo Dios que la ha establecido. Esto no significa que las autoridades sean perfectas o justas en todo momento, sino que Dios, en su soberanía, permite que existan para mantener el orden y evitar el caos. El creyente, por tanto, debe vivir en obediencia civil, siempre que esa obediencia no contradiga la Palabra de Dios, recordando el ejemplo de Jesús que enseñó a dar “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”.

En segundo lugar, Pablo subraya que la autoridad está para castigar al malhechor y reconocer al que hace el bien. La función del gobierno es servir como un instrumento de justicia y de orden. Por eso, el cristiano no debe tener temor de la autoridad si camina en integridad y rectitud. Más aún, se nos manda a pagar los impuestos y dar respeto y honra a quienes ejercen autoridad, mostrando así un testimonio de vida piadosa y ordenada. De esta manera, el creyente refleja a Cristo en su manera de vivir en la sociedad, mostrando responsabilidad y obediencia en lo que es correcto.

El Apóstol también nos recuerda que, por encima de las leyes humanas, hay una ley que nunca deja de tener vigencia: la ley del amor. Pablo dice que “el cumplimiento de la ley es el amor”, porque quien ama a su prójimo no le hace daño. Esto resume todos los mandamientos: no matarás, no hurtarás, no codiciarás. De esta manera, Pablo enseña que el amor debe ser la base de toda relación, pues es lo que nos hace caminar en justicia, no por obligación, sino por convicción nacida del Espíritu Santo. Así, el cristiano cumple la ley de Dios al vivir en amor.

Finalmente, Pablo exhorta a vivir despiertos y en santidad, porque la salvación está más cerca que cuando creímos. Usa la imagen de despojarnos de las “obras de las tinieblas” y vestirnos de “las armas de la luz”. Esto significa abandonar el pecado, la inmoralidad y las pasiones que nos alejan de Dios, para revestirnos de Cristo y reflejar su carácter. La vida cristiana no se trata solo de obedecer a la autoridad o de cumplir la ley externa, sino de vivir en una comunión real con Cristo, andando en la luz y esperando su venida con un corazón limpio y lleno de fe.