Escuchar "Viernes, 6 de agosto de 2021"
Síntesis del Episodio
Mc 9, 2-10
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
La voz del Padre
Jesús, ¿puedes hablar un momento? Es que llevo varios días sin poder pensar en otra cosa. Lo que vivimos el otro día fue espectacular. Y no quiero seguir mi vida como si no pasara nada.
Ya lo sabes. Estábamos en un monte, como tantos hemos subido contigo. Pero ¿por qué se estaba tan bien? Me he llegado a plantear que eran delirios míos por el cansancio. Pero Juan y Santi también lo vivieron, y no sé si un delirio puede llegar tan lejos. No, no sé cómo funciona la imaginación, pero esto fue otra cosa. Esto rompía la imaginación. Era curioso. Tu cuerpo blanco me envolvía entero y a la vez me sentía muy unido a estos dos. No sé explicarlo. Me da rabia que no se pueda expresar con palabras. Hay que vivirlo. Y yo no quería dejar ese momento, por eso te dije lo de las tiendas.
¿Y tu Padre? ¿Qué hacía ahí? ¿O qué hacía yo ahí? La voz salía de la nube pero a la vez salía de mí. No era una voz sonora ni imperiosa. Tampoco era tenue o solemne. No era poderosa ni lúgubre. Era la voz del Padre. Cualquier añadido sobra. ¡Era la voz del Padre! ¡Tú eres la voz del Padre, Jesús! Tú eres lo que Él dice.
“Este es mi Hijo, el amado, escuchadlo”
Eres su Hijo.
Eres el Amado.
Pero no te escucho.
Habla más claro, Jesús, que quiero escucharte.
En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos se volvieron de un blanco deslumbrador, como no puede dejarlos ningún batanero del mundo. Se les aparecieron Elías y Moisés, conversando con Jesús. Entonces Pedro tomó la palabra y dijo a Jesús: «Maestro, ¡qué bueno es que estemos aquí! Vamos a hacer tres tiendas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías». No sabía qué decir, pues estaban asustados. Se formó una nube que los cubrió y salió una voz de la nube: «Este es mi Hijo, el amado; escuchadlo». De pronto, al mirar alrededor, no vieron a nadie más que a Jesús, solo con ellos. Cuando bajaban del monte, les ordenó que no contasen a nadie lo que habían visto hasta que el Hijo del hombre resucitara de entre los muertos. Esto se les quedó grabado y discutían qué quería decir aquello de resucitar de entre los muertos.
La voz del Padre
Jesús, ¿puedes hablar un momento? Es que llevo varios días sin poder pensar en otra cosa. Lo que vivimos el otro día fue espectacular. Y no quiero seguir mi vida como si no pasara nada.
Ya lo sabes. Estábamos en un monte, como tantos hemos subido contigo. Pero ¿por qué se estaba tan bien? Me he llegado a plantear que eran delirios míos por el cansancio. Pero Juan y Santi también lo vivieron, y no sé si un delirio puede llegar tan lejos. No, no sé cómo funciona la imaginación, pero esto fue otra cosa. Esto rompía la imaginación. Era curioso. Tu cuerpo blanco me envolvía entero y a la vez me sentía muy unido a estos dos. No sé explicarlo. Me da rabia que no se pueda expresar con palabras. Hay que vivirlo. Y yo no quería dejar ese momento, por eso te dije lo de las tiendas.
¿Y tu Padre? ¿Qué hacía ahí? ¿O qué hacía yo ahí? La voz salía de la nube pero a la vez salía de mí. No era una voz sonora ni imperiosa. Tampoco era tenue o solemne. No era poderosa ni lúgubre. Era la voz del Padre. Cualquier añadido sobra. ¡Era la voz del Padre! ¡Tú eres la voz del Padre, Jesús! Tú eres lo que Él dice.
“Este es mi Hijo, el amado, escuchadlo”
Eres su Hijo.
Eres el Amado.
Pero no te escucho.
Habla más claro, Jesús, que quiero escucharte.
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