Escuchar "Viernes, 5 de julio de 2024"
Síntesis del Episodio
Mt 9, 9-13 • No tienen necesidad de médico los sanos; misericordia quiero y no sacrificio.
En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?».
Jesús lo oyó y dijo:
«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "Misericordia quiero y no sacrificio": que no he venido a llamar a justos sino a pecadores».
---------------------------------
Te ha fallado, Padre. Llevo años fallándote, me he vuelto contra los míos, he preferido el dinero y los placeres de este mundo a tu Reino.
Ya ni sé porque sigo aquí, me desprecian todos los grupos, me odian los míos y no me aceptan aquellos para los cuales monto mis apariencias.
Tal vez lo que me permite continuar es pensar que no hay vuelta atrás para estas decisiones que he tomado.
Pero apareces Tú, y tan sencillo me dices que te siga. Sin muchas palabras, sólo mirándome. ¡Qué mirada más poderosa me has dirigido!
Me has leído el alma, Jesús. No puedo hacer más que agachar mis ojos, y sentirme completamente envuelto por tu amor. No lo entiendo, pero me nace un deseo de dejar todo y ponerme en marcha.
Me viste entero, con todo lo que ni yo quiero mirar, y aún así me pediste que te siguiera... no lo entiendo. Me viste en mi pecado, me viste en mi traición ¿y ahora me dices que quieres cenar en mi casa? ¿Qué dirán de Ti?
Nuestra cena debe ser la cena más bizarra a la que haya acudido en mi vida. Todos los que te rodeamos somos pecadores, somos necesitados de amor y aquí, en tu presencia, nos sentimos llenos de él. Tanto que comenzamos a reír, que compartimos el pan.
Se nos acercan Fariseos, nos miran con ojos extraños, nos juzgan… te juzgan. Te juzgan por sentarte con nosotros, Jesús.
Se nos acaban las risas, no sabemos qué decir, tienen razón. ¿Cómo Tú, nuestro Señor, está sentado aquí con nosotros? ¡¿Cómo es que estás sentado conmigo?!
Te levantas, aparentemente tranquilo, pero el silencio impera en el ambiente. Te levantas y los miras como me miraste a mí hace unas horas y les dices que justo a esto viniste. A sanarnos con tu amor, a cuidar a quienes necesitemos de este amor. Que viniste a llamarnos a todos nosotros. Que sabes que solo así podremos vencer el mal.
El mal en nosotros y el mal en el mundo.
Con tu amor.
Se me llenan los ojos de lágrimas, y te doy la espalda, no quiero que me veas llorar, pero siento cómo tu mirada penetra desde atrás por un segundo. Ahora lo entiendo; te volveré a fallar, pero no temo, porque es por eso es que estás aquí.
En aquel tiempo, al pasar vio Jesús a un hombre llamado Mateo sentado al mostrador de los impuestos, y le dijo:
«Sígueme».
Él se levantó y lo siguió.
Y estando en la casa, sentado a la mesa, muchos publicanos y pecadores, que habían acudido, se sentaban con Jesús y sus discípulos.
Los fariseos, al verlo, preguntaron a los discípulos:
«¿Cómo es que vuestro maestro come con publicanos y pecadores?».
Jesús lo oyó y dijo:
«No tienen necesidad de médico los sanos, sino los enfermos. Andad, aprended lo que significa "Misericordia quiero y no sacrificio": que no he venido a llamar a justos sino a pecadores».
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Te ha fallado, Padre. Llevo años fallándote, me he vuelto contra los míos, he preferido el dinero y los placeres de este mundo a tu Reino.
Ya ni sé porque sigo aquí, me desprecian todos los grupos, me odian los míos y no me aceptan aquellos para los cuales monto mis apariencias.
Tal vez lo que me permite continuar es pensar que no hay vuelta atrás para estas decisiones que he tomado.
Pero apareces Tú, y tan sencillo me dices que te siga. Sin muchas palabras, sólo mirándome. ¡Qué mirada más poderosa me has dirigido!
Me has leído el alma, Jesús. No puedo hacer más que agachar mis ojos, y sentirme completamente envuelto por tu amor. No lo entiendo, pero me nace un deseo de dejar todo y ponerme en marcha.
Me viste entero, con todo lo que ni yo quiero mirar, y aún así me pediste que te siguiera... no lo entiendo. Me viste en mi pecado, me viste en mi traición ¿y ahora me dices que quieres cenar en mi casa? ¿Qué dirán de Ti?
Nuestra cena debe ser la cena más bizarra a la que haya acudido en mi vida. Todos los que te rodeamos somos pecadores, somos necesitados de amor y aquí, en tu presencia, nos sentimos llenos de él. Tanto que comenzamos a reír, que compartimos el pan.
Se nos acercan Fariseos, nos miran con ojos extraños, nos juzgan… te juzgan. Te juzgan por sentarte con nosotros, Jesús.
Se nos acaban las risas, no sabemos qué decir, tienen razón. ¿Cómo Tú, nuestro Señor, está sentado aquí con nosotros? ¡¿Cómo es que estás sentado conmigo?!
Te levantas, aparentemente tranquilo, pero el silencio impera en el ambiente. Te levantas y los miras como me miraste a mí hace unas horas y les dices que justo a esto viniste. A sanarnos con tu amor, a cuidar a quienes necesitemos de este amor. Que viniste a llamarnos a todos nosotros. Que sabes que solo así podremos vencer el mal.
El mal en nosotros y el mal en el mundo.
Con tu amor.
Se me llenan los ojos de lágrimas, y te doy la espalda, no quiero que me veas llorar, pero siento cómo tu mirada penetra desde atrás por un segundo. Ahora lo entiendo; te volveré a fallar, pero no temo, porque es por eso es que estás aquí.
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