En aquel tiempo, mientras enseñaba en el templo, Jesús preguntó: -¿Cómo dicen los letrados que el Mesías es hijo de David? El mismo David, movido por el Espíritu Santo, dice: «Dijo el Señor a mi Señor: siéntate a mi derecha, y haré de tus enemigos estrado de tus pies». Si el mismo David lo llama Señor, ¿cómo puede ser hijo suyo? La gente, que era mucha, disfrutaba escuchándolo.


No sé quién es David

Yo es que no sé quién es David. Me llamo Corefas, y no soy de aquí. Soy nabateo, del valle del Negueb. Llegué hace tres meses a Jerusalén, con mi mujer y mis hijos, y aún me estoy haciendo a la cultura. Pero lo cierto es que no tengo ni idea de las escrituras. Y aquí se habla todo el día de Abraham, de David, de Jacob, de su Dios... Hay nombres que me van sonando, como ves, pero no estoy muy puesto.

Y David... Pues no recuerdo quién era, por eso, ni me va ni me viene que seas hijo suyo, sinceramente. No sé por qué tanto escándalo. Para escándalo el que estás generando Tú en la ciudad, Jesús, que me vine a Jerusalén buscando paz, porque en mi país tenemos bastantes movidas, pero menuda la que me he encontrado en Israel. Aunque aquí es diferente. Este escándalo me gusta. Es verdad que no entiendo la mitad de las cosas que explicas, pero me interesas. Sí, tienes un atractivo tal que me resulta imposible no seguirte. No sé si será el David ese, pero lo que tienes Tú, no lo tiene nadie.

¿Y sabes por qué? Te he estado observando desde que llegué a la ciudad, y creo que sé lo que tienes. Tú no enseñas como los demás, Tú lo vives. Y, sobre todo, Tú sufres con cada uno. Sí, creo que es tu compasión lo que me ha seducido. Te he visto con enfermos, con pobres, con lisiados, paganos, pecadores... Y hay una cosa que te define Jesús: que haces tuya su miseria.

Por eso me gusta tanto escucharte. Por eso quiero compartirte mi fragilidad, y olvidarme de David.

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