Escuchar "Viernes, 12 de Febrero de 2021"
Síntesis del Episodio
Marcos 7,31 37
En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: -«Effetá», esto es: «Ábrete.» Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: -«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
Un silencio acogedor
Soy Efenio, perdona que no te lo haya dicho antes, cuando estábamos a solas, que no podía. Ni sabía. Tengo 37 años, pero creo que voy a volver a empezar a contar desde hoy, el día en el que te he conocido, Jesús, porque me acabas de cambiar la vida.
Lo de hoy no sé cómo explicarlo. Tendrías que haberlo vivido en mi piel. Soy de aquí, de Sidón. Y me encanta serlo. Trabajo vendiendo galletas. Hago las mismas que me enseñó mi madre cuando tenía 8 años. No gano mucho, pero lo suficiente como para comer otra cosa que no sean galletas. Y no, no sé hablar, aunque eso no me agobia tanto. Lo que sí que me frustra es no saber escuchar.
Es curioso vivir así, ahora puedo decirlo. A veces me planteaba si no sería mejor ser ciego, porque al menos escucharía vida, y no pensaría que la gente es ridícula cambiando su gesto en función de sonidos. Pero el silencio es acogedor.
Te cuento lo que me ha pasado hoy. Mucha gente. Muchísima. Hacía tiempo que no veía tanta, y parece ser que era por ti. Se movían de un lado a otro y cuando alguien te señalaba, los demas se ponían en camino. Tú movías los labios, y ellos abrían los ojos. No sé qué decías, pero les cambiaba la mirada. Eso, en cambio, sí que soy capaz de apreciarlo.
Y de pronto, me señalan. Pensaba que querían galletas, pero yo no había traído. Se me acercan varios y me agarran sin esperar respuesta. Vaya confianzas se coge uno enseguida. ¿Se lo pediste Tú? Lo pregunto porque fue a Ti a quien me llevaron. Tú, en cambio, no dices nada, y me coges con suavidad del brazo y me apartas de la gente. No sé por qué, pero no tengo ningún miedo. Me gusta andar contigo y no me importa a donde me lleves, que solo quiero seguir contigo. Metes tus índices en mis oídos y noto una tensión liberada. Pones saliva en mi boca y se suelta mi lengua. Miras al cielo. Te acompaño con la mirada sin preguntarme por qué y uno mi suspiro al tuyo.
Y de repente: "Effetá". Primera palabra que escucho en mi vida, y parece que ya las he escuchado todas. Effetá. Esa palabra la adopto para formar mi nombre y mi vida empieza. Oigo unos pájaros cantar, el rugido del mar, el soplo del viento y la agitación de la gente que espera ansiosa. Se oyen mis pies apretando la arena que piso y te escucho respirar. Esto es una pasada. Sé a ciencia cierta que puedo hablar, y me muero de ganas por soltar la primera palabra, que va a ir para ti: gracias.
Espero unos segundos antes de soltar la siguiente palabra y decido volver a dirigírtela a ti: "gracias". Sí, otra vez. Mis dos primeras palabras son para ti y han sido la misma.
Te doy un abrazo para reflejar esa palabra y sin soltarte pienso en el último día de mi vida. Solo espero que vuelva a decir esa palabra. Y que vuelva a ser a ti.
En aquel tiempo, dejó Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos. Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: -«Effetá», esto es: «Ábrete.» Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad. El les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. Y en el colmo del asombro decían: -«Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.»
Un silencio acogedor
Soy Efenio, perdona que no te lo haya dicho antes, cuando estábamos a solas, que no podía. Ni sabía. Tengo 37 años, pero creo que voy a volver a empezar a contar desde hoy, el día en el que te he conocido, Jesús, porque me acabas de cambiar la vida.
Lo de hoy no sé cómo explicarlo. Tendrías que haberlo vivido en mi piel. Soy de aquí, de Sidón. Y me encanta serlo. Trabajo vendiendo galletas. Hago las mismas que me enseñó mi madre cuando tenía 8 años. No gano mucho, pero lo suficiente como para comer otra cosa que no sean galletas. Y no, no sé hablar, aunque eso no me agobia tanto. Lo que sí que me frustra es no saber escuchar.
Es curioso vivir así, ahora puedo decirlo. A veces me planteaba si no sería mejor ser ciego, porque al menos escucharía vida, y no pensaría que la gente es ridícula cambiando su gesto en función de sonidos. Pero el silencio es acogedor.
Te cuento lo que me ha pasado hoy. Mucha gente. Muchísima. Hacía tiempo que no veía tanta, y parece ser que era por ti. Se movían de un lado a otro y cuando alguien te señalaba, los demas se ponían en camino. Tú movías los labios, y ellos abrían los ojos. No sé qué decías, pero les cambiaba la mirada. Eso, en cambio, sí que soy capaz de apreciarlo.
Y de pronto, me señalan. Pensaba que querían galletas, pero yo no había traído. Se me acercan varios y me agarran sin esperar respuesta. Vaya confianzas se coge uno enseguida. ¿Se lo pediste Tú? Lo pregunto porque fue a Ti a quien me llevaron. Tú, en cambio, no dices nada, y me coges con suavidad del brazo y me apartas de la gente. No sé por qué, pero no tengo ningún miedo. Me gusta andar contigo y no me importa a donde me lleves, que solo quiero seguir contigo. Metes tus índices en mis oídos y noto una tensión liberada. Pones saliva en mi boca y se suelta mi lengua. Miras al cielo. Te acompaño con la mirada sin preguntarme por qué y uno mi suspiro al tuyo.
Y de repente: "Effetá". Primera palabra que escucho en mi vida, y parece que ya las he escuchado todas. Effetá. Esa palabra la adopto para formar mi nombre y mi vida empieza. Oigo unos pájaros cantar, el rugido del mar, el soplo del viento y la agitación de la gente que espera ansiosa. Se oyen mis pies apretando la arena que piso y te escucho respirar. Esto es una pasada. Sé a ciencia cierta que puedo hablar, y me muero de ganas por soltar la primera palabra, que va a ir para ti: gracias.
Espero unos segundos antes de soltar la siguiente palabra y decido volver a dirigírtela a ti: "gracias". Sí, otra vez. Mis dos primeras palabras son para ti y han sido la misma.
Te doy un abrazo para reflejar esa palabra y sin soltarte pienso en el último día de mi vida. Solo espero que vuelva a decir esa palabra. Y que vuelva a ser a ti.
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