Escuchar "Sábado, 6 de noviembre de 2021"
Síntesis del Episodio
En aquel tiempo, decía Jesús a sus discípulos:
«Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él.
Y les dijo:
«Vosotros os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios».
Ni siquiera tú, que eres Dios, te sirves a ti mismo
Cuando leo tu palabra Jesús, me cuesta meterme en el contexto. Hoy hablas de la honradez, de la avaricia, del servicio y de la arrogancia. Y no lo entiendo. ¿A qué viene todo esto?
Quizás en aquel tiempo fuiste al mercado esa mañana y viste a alguien robar. O mentir. Y oíste como se burlaban de ti.
Te imagino cansado de la noche anterior en el monte, fatigado pasando calor pisando un suelo cubierto de arena. Te imagino sonriendo, vestido del polvo y hambriento.
Tienes hambre y sed de ser escuchado.
Y yo; ahí detrás, entre tanta multitud, mirándote y escuchándote. Sin poder verte ni oírte. ¡Eres tan directo conmigo! ¡Me hablas tan claro! Y yo, idiota, sintiéndome ajeno a ti, creyendo que porque no digas mi nombre, no te diriges a mi.
«¿Por qué Jesús? ¿Por qué siempre le hablas a los pobres, a los ladrones, ricos y avariciosos, y a los fariseos? ¿Por qué nunca nos hablas a nosotros: Tus amigos, los que te seguimos de cerca? »
Y me miras Jesús, con ternura y una mezcla de melancolía y tristeza. Como si me vieses por dentro. Y entonces, te diriges a mi: «Te conozco desde hace años. Y si, tienes razón. No eres pobre ni ladrón. Eres honrado. No eres avaricioso, y si; Es cierto que no sirves al dinero.
Yo le hablo a los esclavos, a los pobres a los fariseos pero también a los que sienten que no lo son.
Yo le hablo a los libres que se creen libres.
No eres esclavo de nada. Tú me sigues de cerca, libremente y aun así sientes que no puedes llegar a mi. Y me juzgas por ello.
Esta parábola me ha hecho pensar en ti. Lleva tu nombre y está escrita para ti. Tú, esclavo de tu libertad. Tú pobre arrogante.
Me dirijo a ti; justamente a ti que no eres siervo, a ti que no tienes amo. A ti que no sirves a Dios. Te hablo, pero no me escuchas. Y soy yo el que no puede llegar a ti.»
«Ganaos amigos con el dinero de iniquidad, para que, cuando os falte, os reciban en las moradas eternas.
El que es fiel en lo poco, también en lo mucho es fiel; el que es injusto en lo poco, también en lo mucho es injusto.
Pues, si no fuisteis fieles en la riqueza injusta, ¿quién os confiará la verdadera? Si no fuisteis fieles en lo ajeno, ¿lo vuestro, quién os lo dará?
Ningún siervo puede servir a dos señores, porque, o bien aborrecerá a uno y amará al otro, o bien se dedicará al primero y no hará caso del segundo. No podéis servir a Dios y al dinero».
Los fariseos, que eran amigos del dinero, estaban escuchando todo esto y se burlaban de él.
Y les dijo:
«Vosotros os las dais de justos delante de los hombres, pero Dios conoce vuestros corazones, pues lo que es sublime entre los hombres es abominable ante Dios».
Ni siquiera tú, que eres Dios, te sirves a ti mismo
Cuando leo tu palabra Jesús, me cuesta meterme en el contexto. Hoy hablas de la honradez, de la avaricia, del servicio y de la arrogancia. Y no lo entiendo. ¿A qué viene todo esto?
Quizás en aquel tiempo fuiste al mercado esa mañana y viste a alguien robar. O mentir. Y oíste como se burlaban de ti.
Te imagino cansado de la noche anterior en el monte, fatigado pasando calor pisando un suelo cubierto de arena. Te imagino sonriendo, vestido del polvo y hambriento.
Tienes hambre y sed de ser escuchado.
Y yo; ahí detrás, entre tanta multitud, mirándote y escuchándote. Sin poder verte ni oírte. ¡Eres tan directo conmigo! ¡Me hablas tan claro! Y yo, idiota, sintiéndome ajeno a ti, creyendo que porque no digas mi nombre, no te diriges a mi.
«¿Por qué Jesús? ¿Por qué siempre le hablas a los pobres, a los ladrones, ricos y avariciosos, y a los fariseos? ¿Por qué nunca nos hablas a nosotros: Tus amigos, los que te seguimos de cerca? »
Y me miras Jesús, con ternura y una mezcla de melancolía y tristeza. Como si me vieses por dentro. Y entonces, te diriges a mi: «Te conozco desde hace años. Y si, tienes razón. No eres pobre ni ladrón. Eres honrado. No eres avaricioso, y si; Es cierto que no sirves al dinero.
Yo le hablo a los esclavos, a los pobres a los fariseos pero también a los que sienten que no lo son.
Yo le hablo a los libres que se creen libres.
No eres esclavo de nada. Tú me sigues de cerca, libremente y aun así sientes que no puedes llegar a mi. Y me juzgas por ello.
Esta parábola me ha hecho pensar en ti. Lleva tu nombre y está escrita para ti. Tú, esclavo de tu libertad. Tú pobre arrogante.
Me dirijo a ti; justamente a ti que no eres siervo, a ti que no tienes amo. A ti que no sirves a Dios. Te hablo, pero no me escuchas. Y soy yo el que no puede llegar a ti.»
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