Mt 5,33-37: Yo os digo que no juréis en absoluto.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos.
-Sabéis que se mandó a los antiguos: «No jurarás en falso» y «Cumplirás tus votos al Señor».
Pues yo os digo que no juréis en absoluto: ni por el cielo, que es el trono de Dios; ni por la tierra, que es estrado de sus pies; ni por Jerusalén, que es la ciudad del Gran Rey. Ni jures por tu cabeza, pues no puedes volver blanco o negro un solo pelo. A vosotros os basta decir sí o no. Lo que pasa de ahí viene del Maligno.

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Recuerdo desde niño la ley que me han enseñado mis padres. Aquello que debo hacer y lo que no. Todo según la Torah.

Desde que estoy contigo me he empezado a cuestionar todo. Nos pides más, siempre, nos pides que vayamos más allá de la Ley.

No jurar. ¡Cuántas veces lo he hecho ya! Jurar que amaría a Dios con todo el corazón, con todo mi ser. Jurar que seguiría la Ley, los Mandamientos. Jurar que si llegase el Mesías lo seguiría para liberar con Él a Israel.

Y ahora estás aquí.
Sé que eres el Mesías.
Me pides más.
Me muestras que nada es como lo creía.

Me haces pensar, Jesús. ¿Por qué no debo de jurar con nada? Llevo días pensando en esto. Me doy cuenta que si juro es como si las cosas estuvieran en mi control. Creo tanto que tengo el poder de hacer las cosas, pero viéndote hacer todo lo que haces, me hago consciente de que nada depende de mí. No puedo jurar nada. Nada me lo he inventado yo.

“A vosotros basta decir sí o no.”

No soy uno de tus discípulos porque lo mereciera.
No soy tu discípulo porque he seguido la Ley desde niño.
Lo soy porque me has invitado y te he dicho que sí. He vivido todo esto porque me lo has regalado. Al final de cuentas nada viene de mi, pero que de Ti viene TODO y, la verdad, es que me siento pequeño... lo único que puedo decirte es sí.
Todo es respuesta.
Y en todo quiero responderte sí.

Pero, siendo honesto, me cuesta mucho a veces.
No eras como yo pensaba.
A veces solo quiero decir que no, estoy cansado, es cambiar mucho de mí, es vivir algo que no sé si estoy a la altura de vivir.
De nuevo, me resuenan tus palabras: solo basta decir que sí.
Un sí del corazón.
Eso quiero, Jesús.
Darte un sí desde mi corazón.

No quiero dejar entrar nada más. ¡Qué fuertes son tus palabras! “Lo que pasa de ahí viene del Maligno.”
No quiero que haya nada más en mi que un sí, un sí de todos los días.

Aún así, qué difícil… ¡Qué ganas me dan de jurar decirte que nunca te diré que no! Lo hemos hablado todos aquí. Hemos encontrado lo mejor de nuestra vida. No hemos sido tan felices hasta que te hemos dicho que sí.
No quiero decirte que no. Quiero jurártelo, pero no.
No voy a hacerlo.

Quiero dejar ir el control de mi vida y darme todo a Ti. No quiero que el Maligno entre en mi corazón, sé lo que es capaz de hacer y sé que está haciéndome creer muchas cosas que no son verdad.
Todo tuyo, mi Señor.
Todo tuyo quiero ser.
Mi Dios. Mi Mesías.

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