Mt 19, 13-15 En aquel tiempo, le presentaron unos niños a Jesús para que les impusiera las manos y orase, pero los discípulos los regañaban.

Jesús dijo:

«Dejadlos, no impidáis a los niños acercarse a mí; de los que son como ellos es el reino de los cielos».

Les impuso las manos y se marchó de allí.

Abrazando

Buenos días Jesús, en aquel tiempo, alguien que sabía lo que hacía te acercó unos niños. 
 
En cuanto escuchas la palabra mágica ya no puedes apartar la mirada de estas sencillas personitas, que llevan una inocente sonrisa, confiando como estilo de vida.
 
También a Ti te sale una inevitable sonrisa, acompañada de unos ojos brillantes. Los niños se encaminan apresurados hacia Ti, que respondes sin tardar, flexionándote para estar a su altura cuando lleguen a Ti. 
Nunca nadie había abierto tanto los brazos como lo hacías Tú. De par en par. Y los niños llegan a Ti para ser envueltos en tu abrazo. 
 
Ni te lo piensas, vas a imponerles las manos como te han pedido. Y cuando ya sientes su pelo en la palma de tus manos…. los discípulos van a comentar algo. Rápidamente les acallas; “de los que son como ellos es el reino de los cielos”.
 
Y es ahora, en mitad de esta historia, cuando me doy cuenta de que es mucho más real. Aclaro la vista, enfoco la escena. Soy uno de esos niños envueltos en tu abrazo infinito. Siento tu calidez, y tu respirar por encima de mi hombro.
 
Abrazado por el amor sin límites, por la no-medida del amor; un abrazo que llena, que te hace replantearte todo y te deja la mente en blanco a la vez. No deja indiferente.
Porque mientras yo te lo pedía, Tú me decías que siempre estuve invitado a entrar en ese abrazo.

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