Mt 5,21-28



En aquel tiempo, Jesús se marchó y se retiró al país de Tiro y Sidón. Entonces una mujer cananea, saliendo de uno de aquellos lugares, se puso a gritarle: «Ten compasión de mí, Señor, Hijo de David. Mi hija tiene un demonio muy malo.»


Él no le respondió nada. Entonces los discípulos se le acercaron a decirle: «Atiéndela, que viene detrás gritando.»


Él les contestó: «Sólo me han enviado a las ovejas descarriadas de Israel.»


Ella los alcanzó y se postró ante él, y le pidió: «Señor, socórreme.»


Él le contestó: «No está bien echar a los perros el pan de los hijos.»


Pero ella repuso: «Tienes razón, Señor; pero también los perros se comen las migajas que caen de la mesa de los amos.»


Jesús le respondió: «Mujer, qué grande es tu fe: que se cumpla lo que deseas.» En aquel momento quedó curada su hija.
 
“CUANTO ME HACES FALTA”
 
Me sorprendo al escucharte. Tu firme actitud frente a esta mujer. Tu constante negativa. Tus duras palabras. El aparentemente ignorar su súplica… Hasta tus amigos se sorprendieron al ver que no dabas tu brazo a torcer.
 
Sin embargo, ella no se cansó. Siguió. No paró de pedir. De buscarte. De suplicarte cada vez más cerca de ti. De humillarse. De hacerse pequeña ante ti. De reconocer que solo tu eres capaz. Tan grande fue su Fe que consiguió que el Hijo de David se parase ante ella y le concedió lo que más anhelaba.
 
Ojalá tener tanta fortaleza como esa mujer que se postró ante ti. Ojalá en saber seguirte incluso en esos momentos dónde no sentimos nada. Donde solo encontramos tu silencio y gritamos “donde estas cuando me haces falta”
 
Eso es, quieres que te busque. Qué insista. Que no pierda la fe. Que decida seguirte aun no encontrando respuesta. Aun sin entender. Aun sin sentirte.
 
¿Dónde estás cuando me haces falta?

Y en verdad estas ahí. Estas en el silencio. Estas en ese trozo de pan que se parte por nosotros cada día. Y hoy me gritas susurrando “cuánto me haces falta”

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