Mt 13,44-46: En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: -«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante en perlas finas que, al encontrar una de gran valor, se va a vender todo lo que tiene y la compra.»

Jesús, me imagino a los amigos de estas dos personas de las que hablas en el evangelio y fijo que pensarían que se habrían vuelto locos. ¡Vender todo! Eso es un all-in que ni en las mejores mesas de póker de Las Vegas. ¡Vender todo…! Normal que, viéndoles desde fuera, les parecieran unos chiflados.

Es que hasta escucho sus argumentos: “con todo lo que tú tienes, lo que te ha costado conseguir, todo el esfuerzo empleado…¿para comprar una pequeña tierra? ¿Por esa minúscula perla?” Ellos, sencillamente, sonreirían. Wait for it. Que se vienen cositas.

Claro, porque en realidad a sus amigos les pasa lo que a mí, que soy muy tonto. Me fijo en todo lo que ha vendido y no en lo que ha comprado. Me fijo más en los “noes” que en los “síes”. Y tú, Jesús, me llamas a una vida de SÍ, un Sí mayúsculo.

Si me quedo lloriqueando por tooooodo lo que he tenido que vender…vaya tonto, ¿no?. Cuando el sabio apunta al cielo, el tonto mira el dedo. Cuando he descubierto lo más grande que me ha pasado en mi existencia, que es tu amor vivo y tu presencia sencilla, el resto de cosas tienen otro sabor. Otro color. Otra forma de aproximarme a ellas. El mundo que me has regalado y me rodea es aún más bello.

No vivo frustrado, ni reprimido por lo que puedo hacer o no hacer, apurando los límites, ganando terreno a “lo no-permitido”. No. A eso no me llamas. Tú me das una vida de grandeza, una vida que tiene densidad absoluta y que la abrazo con todo el alma.

O eso que tú me das es pleno, o no es.
O eso que tú me das es alegre, o no es.
O eso que tú me das es vivo, o no es.

Porque tú, Jesús, eres lo mejor que me ha dado la vida.

Jesús, recuérdame que no me quieres acomplejado sino glorioso y comiéndome el mundo, y que cuando me raye por minucias, o me sienta atado, recuerde que he apostado todo a la perla más preciosa.

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