Mt 11,25-27: En aquel tiempo, Jesús exclamó: -Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las has revelado a la gente sencilla. Sí, Padre, así te ha parecido mejor. Todo me lo ha entregado mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar.

Te doy gracias porque eres.
Te doy gracias porque estás.
Te doy gracias, Padre, porque puedo llamarte padre.

Vivo sin complejos y con el corazón abierto de par en par. No entro en el juego del mundo de ocultar mis cartas, no vaya a ser que me roben la mano. Me entrego una y otra vez, incansable, porque así me has creado.

¿Parezco tonto? Prefiero decir que soy sencillo, que soy un niño pequeño de Dios que solo quiere devolver el amor desbordante que se derrama en mí cada segundo que existo.

¿Puede que sea tonto? Me da igual. No son mis criterios. No son tus criterios. No quiero ganar puestos ni medallas. No quiero otra cosa que a ti. Solo te quiero a ti, mi Dios escondido.

Te doy gracias porque te puedo encontrar en todas las personas con las que me voy a cruzar hoy.
Te doy gracias porque me has creado inconformista, no me quedo con el primer juicio que me viene. Vivo en permanente asombro.
Te doy gracias porque mi vida es tu abrazo y tu abrazo hace mi vida.
Te doy gracias, Padre, porque puedo vivirte como mi Padre.

Padre, hágase tu sencilla voluntad en mí…¡ahora!

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