Marcos 1,29-39
En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés. La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, y se lo dijeron. Jesús se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles. Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar. Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron y, al encontrarlo, le dijeron:

-«Todo el mundo te busca.»

Él les respondió:

-«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido.»

Así recorrió toda Galilea, predicando en las sinagogas y expulsando los demonios.

Hola Jesús,

Te veo en el descampado. A solas. En profundo silencio. En una preciosa intimidad con El Padre. Dejándote arrullar y abrazar por la suavidad del Espíritu. Ahí os veo a los Tres. Ahí te veo a Ti, Dios mío. ¡Que imagen tan fuerte! ¡Cuánta belleza contemplo en vuestra Unidad, oh Trinidad!

Es ahí, justo cuando tus amigos se acercan y te dicen: “-Todo el mundo te busca”. Se dibuja una sonrisa en tu cara y, sin abrir los ojos, vuelves tu rostro tranquilamente.

Los abres.

Y ahí estamos todos. Delante de ti.

Con tu mirada, nos amas.
Con tu sonrisa, nos abrazas.
Todo Dios delante de todos nosotros.
Mi Dios de Carne.

Se me corta la respiración. Tengo a Simón al lado y siento que le debe estar pasando lo mismo. Es una mirada que es solo Luz, que al cegar sana.

“¡Todo el mundo te busca, Jesús!” Vuelves todo tu cuerpo hacia toda la humanidad que está expectante.

“-Lo sé”.
Sonrisa abierta.
“-Para eso he salido”

Te levantas y nos envuelves a cada uno en un silencio acogedor.

Sobran las palabras.
Suspiro.

Estás aquí conmigo. Para esto has salido.

Ahora soy yo quien sonríe.

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