Escuchar "Miércoles, 13 de abril de 2022"
Síntesis del Episodio
Mateo 26,14-25
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?» Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» Él contestó: «ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: “El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.”» Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.» Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?» Él respondió: «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.» Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?» Él respondió: «Tú lo has dicho.»
Corre por las calles de Jerusalén. Ya es noche cerrada. Solo se oyen los pasos de los caballos de la guardia romana que patrulla por las calles y unos cantos ebrios de algunos paganos que no celebran la pascua. Quiere huir y no sabe donde. Sus pasos acelerados y una especie de gemidos como de bestia herida resuenan entre los callejones de la ciudad santa. Cansado de correr, no sabe cuanto tiempo lleva, pendulea como borracho y se agazapa en el rincón de una callejuela que apesta a orines. Agachado, empapado en sudor, un zumbido le taladra la mente. El martilleo de las monedas en su cintura le pesan como una piedra de molino y sólo piensa en la mirada de Jesúsque le dice "Tú lo has dicho". Quiere gritar pero el peso insoportable de la culpa le hace un nudo en la garganta. Sollozos ahogados y dolor en los ojos. Quiere escapar lejos, ya es demasiado tarde. Desde esta noche parece haber reconocido a su Maestro verdaderamente. Solo era rabia contenida, malestar por su modo de hacer las cosas, y deseaba un escarmiento, que le dieran un susto. Ahora ve que esto ha ido desmasiado lejos. Jesús, el que ahora veía más amigo que antes y del que le asaltaban de golpr una cascada de recuerdos, estaba siendo golpeado, apaleado, en algún sótano de Jerusalén. Por su culpa. El martilleo en su cabeza aumenta, siente punzadas en los ojos, una presión en su cabeza que le parece estallar, una arcada le hace vomitar en ese rincón oscuro la cena pascual. La angustia le asfixia. Quiere esfumarse. Y en su conciencia resuena una voz: "Lo has vendido. Ya no hay nada que hacer. Va a morir por tu culpa. Acaba con esto."
Aferrado a esa voz, su respiración se pausa y parece mirar con sentido por primera vez en toda la noche, como habiendo tomado una decisión. Se incorpora y tambaleándose llega a la puerta de la casa de Caifás. Ve una luz que sale por el ventanuco una estancia subterránea. Se desata el saco de monedas y las mete acelerado con la mano temblorosa por las rendijas de la ventana. Termina y echa a correr, al tomar la esquina de una calle choca con unas prostitutas que le agarran pero de golpe le apartan con asco al verle empapado de orines y la barba llena de babas. Grita acelerado y sale fuera de los muros de la ciudad, se hace el silencio. Pero no es el silencio que compartía en la oración con Jesús, esta vez es frío, sórdido, inhabitado, un silencio seco, que duele. Desde las colinas ve las llamas del estercolero de la ciudad, se acerca y rebuscando entre basuras y ganado muerto toma una cuerda, la ata a un madero seco, y mirando a Jerusalén con lágrimas en los ojos, recuerda las lágrimas de su Maestro cuando se acercaba a aquella ciudad y sus palabras: »¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía!
Dicho esto, en la hora más oscura de la noche, Judas solo susurra: "perdón" y salta con la soga al cuello.
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, a los sumos sacerdotes y les propuso: «¿Qué estáis dispuestos a darme, si os lo entrego?» Ellos se ajustaron con él en treinta monedas. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo. El primer día de los Ázimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron: «¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?» Él contestó: «ld a la ciudad, a casa de Fulano, y decidle: “El Maestro dice: Mi momento está cerca; deseo celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos.”» Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua. Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo: «Os aseguro que uno de vosotros me va a entregar.» Ellos, consternados, se pusieron a preguntarle uno tras otro: «¿Soy yo acaso, Señor?» Él respondió: «El que ha mojado en la misma fuente que yo, ése me va a entregar. El Hijo del hombre se va, como está escrito de él; pero, ¡ay del que va a entregar al Hijo del hombre!; más le valdría no haber nacido.» Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: «¿Soy yo acaso, Maestro?» Él respondió: «Tú lo has dicho.»
Corre por las calles de Jerusalén. Ya es noche cerrada. Solo se oyen los pasos de los caballos de la guardia romana que patrulla por las calles y unos cantos ebrios de algunos paganos que no celebran la pascua. Quiere huir y no sabe donde. Sus pasos acelerados y una especie de gemidos como de bestia herida resuenan entre los callejones de la ciudad santa. Cansado de correr, no sabe cuanto tiempo lleva, pendulea como borracho y se agazapa en el rincón de una callejuela que apesta a orines. Agachado, empapado en sudor, un zumbido le taladra la mente. El martilleo de las monedas en su cintura le pesan como una piedra de molino y sólo piensa en la mirada de Jesúsque le dice "Tú lo has dicho". Quiere gritar pero el peso insoportable de la culpa le hace un nudo en la garganta. Sollozos ahogados y dolor en los ojos. Quiere escapar lejos, ya es demasiado tarde. Desde esta noche parece haber reconocido a su Maestro verdaderamente. Solo era rabia contenida, malestar por su modo de hacer las cosas, y deseaba un escarmiento, que le dieran un susto. Ahora ve que esto ha ido desmasiado lejos. Jesús, el que ahora veía más amigo que antes y del que le asaltaban de golpr una cascada de recuerdos, estaba siendo golpeado, apaleado, en algún sótano de Jerusalén. Por su culpa. El martilleo en su cabeza aumenta, siente punzadas en los ojos, una presión en su cabeza que le parece estallar, una arcada le hace vomitar en ese rincón oscuro la cena pascual. La angustia le asfixia. Quiere esfumarse. Y en su conciencia resuena una voz: "Lo has vendido. Ya no hay nada que hacer. Va a morir por tu culpa. Acaba con esto."
Aferrado a esa voz, su respiración se pausa y parece mirar con sentido por primera vez en toda la noche, como habiendo tomado una decisión. Se incorpora y tambaleándose llega a la puerta de la casa de Caifás. Ve una luz que sale por el ventanuco una estancia subterránea. Se desata el saco de monedas y las mete acelerado con la mano temblorosa por las rendijas de la ventana. Termina y echa a correr, al tomar la esquina de una calle choca con unas prostitutas que le agarran pero de golpe le apartan con asco al verle empapado de orines y la barba llena de babas. Grita acelerado y sale fuera de los muros de la ciudad, se hace el silencio. Pero no es el silencio que compartía en la oración con Jesús, esta vez es frío, sórdido, inhabitado, un silencio seco, que duele. Desde las colinas ve las llamas del estercolero de la ciudad, se acerca y rebuscando entre basuras y ganado muerto toma una cuerda, la ata a un madero seco, y mirando a Jerusalén con lágrimas en los ojos, recuerda las lágrimas de su Maestro cuando se acercaba a aquella ciudad y sus palabras: »¡Jerusalén, Jerusalén, que matas a los profetas y apedreas a los mensajeros que Dios te envía!
Dicho esto, en la hora más oscura de la noche, Judas solo susurra: "perdón" y salta con la soga al cuello.
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