Escuchar "Miércoles, 10 de marzo de 2021"
Síntesis del Episodio
Mt 5, 17-19
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»
Dar plenitud. Y no a abolir. Dar vida eterna y no encerrarnos en la norma. Jesús, te escucho y solo puedo verte la cara iluminada de ilusión, una mirada que me dice “¡Vive!”. Te has hecho carne para glorificarla, para elevarla. Para hacer de nuestros cuerpos el lugar donde viva Dios. ¡Casi nada!
Ya no es cumplir unas reglas para que seamos dignos de relacionarnos con Dios, sino que has impreso de densidad existencial cada acto sencillo de mi vida. Que todo lo que hago, por pequeño que parezca, está bañado de trascendencia. Una sonrisa. Levantarme de la cama. Un café con una amiga. Una tarde en el cine. Una escapada a la montaña. Preparar una exposición en el trabajo. Y así suma y sigue. Has dado plenitud a la vida para que todo sea vida.
Tu dar plenitud es recordarnos que la vida es sencilla. Que nos llamas a vivir tranquilos. Muy tranquilos. Que no controlamos todo pero sí que podemos elegir cómo vivirlo. Vivir todo lo que me venga de verdad. Y, relajado, te pido con las palabras de Tomás Moro que me ayudes a vivir así, en tu plenitud:
Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar lo que es bueno, bello y puro, para que no se asuste ante el pecado, sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no permitas que sufra excesivamente por ese ser tan dominante que se llama Yo.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que pueda sacarle a la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- «No creáis que he venido a abolir la Ley y los profetas: no he venido a abolir, sino a dar plenitud.
Os aseguro que antes pasarán el cielo y la tierra que deje de cumplirse hasta la última letra o tilde de la Ley.
El que se salte uno solo de los preceptos menos importantes, y se lo enseñe así a los hombres será el menos importante en el reino de los cielos.
Pero quien los cumpla y enseñe será grande en el reino de los cielos.»
Dar plenitud. Y no a abolir. Dar vida eterna y no encerrarnos en la norma. Jesús, te escucho y solo puedo verte la cara iluminada de ilusión, una mirada que me dice “¡Vive!”. Te has hecho carne para glorificarla, para elevarla. Para hacer de nuestros cuerpos el lugar donde viva Dios. ¡Casi nada!
Ya no es cumplir unas reglas para que seamos dignos de relacionarnos con Dios, sino que has impreso de densidad existencial cada acto sencillo de mi vida. Que todo lo que hago, por pequeño que parezca, está bañado de trascendencia. Una sonrisa. Levantarme de la cama. Un café con una amiga. Una tarde en el cine. Una escapada a la montaña. Preparar una exposición en el trabajo. Y así suma y sigue. Has dado plenitud a la vida para que todo sea vida.
Tu dar plenitud es recordarnos que la vida es sencilla. Que nos llamas a vivir tranquilos. Muy tranquilos. Que no controlamos todo pero sí que podemos elegir cómo vivirlo. Vivir todo lo que me venga de verdad. Y, relajado, te pido con las palabras de Tomás Moro que me ayudes a vivir así, en tu plenitud:
Concédeme, Señor, una buena digestión, y también algo que digerir.
Concédeme la salud del cuerpo, con el buen humor necesario para mantenerla.
Dame, Señor, un alma santa que sepa aprovechar lo que es bueno, bello y puro, para que no se asuste ante el pecado, sino que encuentre el modo de poner las cosas de nuevo en orden.
Concédeme un alma que no conozca el aburrimiento, las murmuraciones, los suspiros y los lamentos y no permitas que sufra excesivamente por ese ser tan dominante que se llama Yo.
Dame, Señor, el sentido del humor.
Concédeme la gracia de comprender las bromas, para que pueda sacarle a la vida un poco de alegría y pueda comunicársela a los demás.
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