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Síntesis del Episodio
Mt 10, 1-7: Id a las ovejas descarriadas de Israel
En aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
-No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos.
------------------------------------------
Ovejas descarriadas. Así has llegado a mí. Vivía en un modo automático. Simplemente cumplía las normas. Me había convertido en lo que los demás esperaban de mí. Estaba perdido. No era yo esa persona. No me identificaba con ese Mateo que recaudaba impuestos. Que no se salía del guion. Ese Mateo lleno de prejuicios y de miedo. Me había construido mi propia jaula de oro de la que ya no podía escapar. No me reconocía. Y allí llegaste tú. Y fuiste uno a uno. Recogiendo a cada oveja y formando este rebaño de doce. Doce que estábamos perdido, y doce a quienes has rescatado. Doce a quienes has quitado la venda de los ojos. Doce a quienes as despojado de todo lo no nos permitía ser. Y ahora me das un nuevo nombre, una vida nueva y un misión:
“Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos”
Todos nos miramos tras escucharte. “Me has elegido”, pensé. Todos con cara de alegría y a la vez de duda “¿por qué yo?, sino tengo nada, si se me da fatal esto de ir por los pueblos, de hablar en público, yo que tengo miedo…” y un sin fin de preguntas. Pero a ti te da igual todo eso. Te da igual lo que tenga, como sea, como haya sido… si se me da mejor cantar o leer, cocinar o enseñar… te da igual, porque lo importante es que “soy”, y cuanto más me deje hacer, más permitiré a Dios llevar su reino a todos los confines. Yo no puedo, pero con el puedo. Porque el reino De Dios ya está aquí, habita en mí, y solo en ese encuentro con el otro podré mostrar la revolución que acaba de comenzar.
En aquel tiempo, Jesús llamó a sus doce discípulos y les dio autoridad para expulsar espíritus inmundos y curar toda enfermedad y toda dolencia.
Estos son los nombres de los doce apóstoles: el primero, Simón, llamado Pedro, y Andrés, su hermano; Santiago, el de Zebedeo, y Juan, su hermano; Felipe y Bartolomé, Tomás y Mateo el publicano; Santiago el de Alfeo, y Tadeo; Simón el de Caná, y Judas Iscariote, el que lo entregó.
A estos doce los envió Jesús con estas instrucciones:
-No vayáis a tierra de paganos ni entréis en las ciudades de Samaría, sino id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos.
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Ovejas descarriadas. Así has llegado a mí. Vivía en un modo automático. Simplemente cumplía las normas. Me había convertido en lo que los demás esperaban de mí. Estaba perdido. No era yo esa persona. No me identificaba con ese Mateo que recaudaba impuestos. Que no se salía del guion. Ese Mateo lleno de prejuicios y de miedo. Me había construido mi propia jaula de oro de la que ya no podía escapar. No me reconocía. Y allí llegaste tú. Y fuiste uno a uno. Recogiendo a cada oveja y formando este rebaño de doce. Doce que estábamos perdido, y doce a quienes has rescatado. Doce a quienes has quitado la venda de los ojos. Doce a quienes as despojado de todo lo no nos permitía ser. Y ahora me das un nuevo nombre, una vida nueva y un misión:
“Id a las ovejas descarriadas de Israel. Id y proclamad que ha llegado el reino de los cielos”
Todos nos miramos tras escucharte. “Me has elegido”, pensé. Todos con cara de alegría y a la vez de duda “¿por qué yo?, sino tengo nada, si se me da fatal esto de ir por los pueblos, de hablar en público, yo que tengo miedo…” y un sin fin de preguntas. Pero a ti te da igual todo eso. Te da igual lo que tenga, como sea, como haya sido… si se me da mejor cantar o leer, cocinar o enseñar… te da igual, porque lo importante es que “soy”, y cuanto más me deje hacer, más permitiré a Dios llevar su reino a todos los confines. Yo no puedo, pero con el puedo. Porque el reino De Dios ya está aquí, habita en mí, y solo en ese encuentro con el otro podré mostrar la revolución que acaba de comenzar.
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