Lc 9, 51-56 . Cuando se completaron los días en que iba a ser llevado al cielo, Jesús tomó la decisión de ir a Jerusalén. Y envió mensajeros delante de él. Puestos en camino, entraron en una aldea de samaritanos para hacer los preparativos. Pero no lo recibieron, porque su aspecto era el de uno que caminaba hacia Jerusalén. Al ver esto, Santiago y Juan, discípulos suyos, le dijeron: «Señor, ¿quieres que digamos que baje fuego del cielo que acabe con ellos?». Él se volvió y los regañó. Y se encaminaron hacia otra aldea.

Escucharte

Me hierve la sangre.
No me lo puedo creer.
No puede ser.
¿Qué se han creído estos?
¿No saben con quién están hablando?
No puedo soportarlo.
¿Te vas a dejar pisotear así, Jesús?
¿No ves que nos están faltando al respeto?
¿¿¿No ves que…???

Tus dos ojos clavados en mí me han cerrado la boca de golpe.
Es la mirada más severa que me has puesto nunca.
Me estás diciendo que me calle.
Aunque me lo estás diciendo de una forma especial.
No estás enfadado,
Tú no te enfadas.
Tu mirada más bien va dirigida a mi corazón.
Ahí es donde pides silencio,
Ahi es donde pides que te escuche.

Vale, voy a intentarlo.
Me doy cuenta de que no entiendo nada.
¿Por qué a veces parece que te da igual todo, Jesús?
No reaccionas.
No gritas.
No te levantas.
No bajas fuego del cielo para acabar con los que se oponen a ti.

Tus ojos cambian.
Claro que te duele.
Claro que lloras por los que no te quieren.
Por los que miran pero no ven.
Por los que escuchan pero no entienden.

Pero hay una cosa que te duele mucho más:
Que yo no te entienda.
Yo que te sigo de cerca,
Yo que te conozco,
Yo que he prometido ir contigo hasta el final.
Yo soy el primero que no ve, que no escucha, que no entiende.

¡Qué equivocado estoy Jesús!
Todavía no he aprendido nada,
Soy incapaz de dejar a un lado mi soberbia para seguirte como me pides.
Jesús, tienes razón.
Vamos a la siguiente aldea,
Que durante el camino, quiero empezar a escucharte de verdad.

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