Lc 8,16-18
En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:

-Nadie enciende un candil y lo tapa con una vasija o lo mete debajo de la cama lo pone en el candelero para que los que entran tengan luz.

Nada hay oculto que no llegue a descubrirse, nada secreto que no llegue a saberse o a hacerse público.

A ver si me escucháis bien: al que tiene se le dará, al que no tiene se le quitará hasta lo que cree tener.


Eso.
Para que los que entren tengan luz.

Luz.
Para ver.
Para que lo oculto se desvele.
Para disfrutar de lo que me rodea.

Luz.
Para verte.
Para encontrar tu mirada.
Para mirar a cada uno.

Luz.
Y no oscuridad.
Luz.
Y no tiniebla.
O mejor.
Luz. En la oscuridad.
Porque la luz solo ilumina lo que está oscuro.
La luz solo brilla en la tiniebla.

Brilla.
Ilumina mi oscuridad.
Todo eso que escondo.
Lo que me da miedo que descubran.
Lo que no quiero que vean.
Lo que no quiero ver.

Ven.
Brilla con fuerza.
Y enciéndeme.
Para poder arder.
Donde haga falta.
Donde hagas falta.

Luz.
Para recordar lo que vi cuando parece que todo se apaga.
Luz.
Enviada a la oscuridad.
A la mía.
A la del mundo.
Para que reconozcan la vida.

Porque yo también vivía en tinieblas.
Todo era oscuro.

Bastaba con abrir los ojos.

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