Lc 21,1-4:
En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el cepillo del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo:

-Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

La tarde es fresca.
Sopla brisa y el recinto del Templo no ayuda demasiado a entrar en calor.
Pero ahí estamos.
Apoyados contra la pared después de una mañana intensa.
De pronto Jesús se incorpora.
Y señala a una viuda.
No la vemos a la primera.
Esa. La que alarga la mano hacia el cepillo del Templo.
El Maestro sonríe.
Nos mira.
Su mirada brilla emocionada.
"¿Os habéis fijado?" Nos pregunta.
"Ha echado más que nadie. No de lo que le sobra sino todo lo que tenía para vivir."
Todos callamos. Admirados.
Yo me toco el bolsillo disimuladamente.
Ahí están las cuatro monedas que aquel buen hombre me dió ayer por la tarde para disfrutar de un buen vino.
Eso me dijo. Como agradeciéndome por lo que hacíamos.
Le dije que no. Pero insistió.
Y ahí están.
Las toco. Una por una.
Veo a la viuda marcharse.
La veo perderse entre la multitud.
Sin nada.
Totalmente desapercibida.
Mi mano se cierra sobre las monedas y las dejo caer de nuevo en el bolsillo.
Miro a Jesús.
Sigue con la mirada fija en el cepillo.
De sus labios se escapa una oración: "Gracias Padre por los sencillos. Nunca dejan de sorprenderme. Cuídala."
Jesús se levanta, y con él todos los demás.
Creo recordar que hoy pasamos la tarde en casa de un matrimonio anciano.
El Maestro les tiene mucho cariño.
Cruzamos el atrio del Templo. El ruido de las calles de Jerusalén crece a medida que nos acercamos a la puerta.
"Dadme un minuto" les digo.
Corro hacia el cepillo.
Echo las cuatro monedas y vuelvo con los demás.
Los 11 siguen comentando lo de la viuda.
Creo que no se han dado cuenta.
Mejor.
Miro a Jesús. Me está mirando.
Sonrío.
Me guiña un ojo.

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