Marcos 2, 18-22
En aquel tiempo, como los discípulos de Juan y los fariseos estaban ayunando, vinieron unos y le preguntaron a Jesús: «Los discípulos de Juan y los discípulos de los fariseos ayunan. ¿Por qué los tuyos no?» Jesús les contesta: «¿Es que pueden ayunar los amigos del esposo, mientras el esposo está con ellos? Mientras el esposo está con ellos, no pueden ayunar. Llegarán días en que les arrebatarán al esposo, y entonces ayunarán en aquel día. Nadie echa un remiendo de paño sin remojar a un manto pasado; porque la pieza tira del manto –lo nuevo de lo viejo– y deja un roto peor. Tampoco se echa vino nuevo en odres viejos; porque el vino revienta los odres, y se pierden el vino y los odres; a vino nuevo, odres nuevos».

Con Dios, todo es nuevo

A vino nuevo, odres nuevos. Algunos no se han enterado todavía que Jesucristo ha venido a cambiar las cosas. Y entre otras, que si queremos ser felices en el cielo hemos de empezar a ser felices ya en la tierra. No es Jesucristo un mensajero de caras tristes, puños apretados y corazones encogidos. Ni de libros muertos llenos de cosas para hacer o reglamentos que observar. Gracias a Él aprendemos a disfrutar de todo porque todo es bueno, a mirar a la cara, a pasarlo bien y a esponjar el corazón. ¡Odres nuevos! Estamos para ser felices. Pero no dentro de mucho tiempo cuando lleguemos al cielo, sino ya ahora en todo lo que hacemos. Felices hasta los tuétanos.

Algunos pensarán que esto es de hippies o de inmaduros. Hasta que prueben del vino nuevo de Cristo y se emborrachen de amarlo todo, porque Cristo hace nuevas todas las cosas.

¡Nuevas!
¡Todas!

Por eso en la Cruz no se retuerce de rabia, sino que es amor puro, como el buen chocolate negro. Entonces miras la cruz, la besas, la aprietas en tu mano y no te separas de ella. Entonces la vida se vuelve apasionante y se toca el cielo cada día.

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