Mt 5, 38-42 • Yo os digo que no hagáis frente al que os agravia.

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Habéis oído que se dijo: “Ojo por ojo, diente por diente”. Pero yo os digo: no hagáis frente al que os agravia. Al contrario, si uno te abofetea en la mejilla derecha, preséntale la otra; al que quiera ponerte pleito para quitarte la túnica, dale también el manto; a quien te requiera para caminar una milla, acompáñale dos; a quien te pide, dale, y al que te pide prestado, no lo rehúyas».

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Parece que toca enseñanza. Nos pides que nos sentemos… y lo hacemos un poco a regañadientes.

Y es que estos días han sido raros y difíciles para todos. Supongo que el cansancio acumulado nos está afectando más de la cuenta. Hemos discutido, hemos perdido la paciencia, nos hemos dejado llevar por el egoísmo, hemos peleado los unos con los otros… No se muy bien qué nos ha pasado, Jesús, pero incluso yo me he visto a mí mismo harto de todo, queriendo estar solo un rato, de mal humor…

Ahora aquí sentado tampoco puedo evitar la cara de mal humor que llevo arrastrando ya un tiempo. Estoy resentido con todos los demás.

Me miras con ternura y automáticamente me avergüenzo de mi comportamiento. Parece que me lees la mente y es que estoy seguro de que sabes a la perfección lo que está ocurriendo en nuestros corazones.

Te escucho con atención mientras tus palabras me sorprenden una vez más. Vale que hemos estado un poco desviados… pero, ¿tanto? ¿No crees que te pasas con todo esto, Jesús?
Parece que pretendes que nademos a contracorriente, que hagamos todo lo contrario a lo que, humanamente, parece lo lógico.

“A quien te pide, dale”.

Me he quedado con esa frase y estoy dándole vueltas ahora. Creo que no pretendes que nos hagamos pasar por tontos y dejemos que todos se aprovechen de nosotros. Creo que lo que pretendes es que nuestra actitud esté marcada por la comprensión y la disponibilidad hacia los demás. Que es, precisamente, lo contrario a cómo hemos actuado estos días.

Nos pides que seamos sencillos.

Miro a mi lado y veo a Pedro y a Juan. De inmediato me vienen a la mente todos los malos actos que he tenido con ellos, todas las malas palabras que les he dedicado. Me arrepiento porque está claro que no es eso lo que nos enseña nuestro Maestro…
Así que les sonrío y les abrazo, pidiéndoles perdón.

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