Lucas 6, 36-38
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida con que midiereis se os medirá a vosotros».

¡Tú sí que me entiendes!

¡Qué suerte tener claro el camino! Sé misericordiosa como Dios. Así de sencillo. No juzgar, no condenar, perdonar, dar… Como hace Dios. Jesús, menos mal que lo haces fácil. Yo en cambio parece que tengo la cabeza estropeada y tiendo a pensar todo lo contrario. Tengo el corazón estropeado y me cuesta saber querer a muchas personas. ¡Sé misericordiosa como Dios! Pensar como tú y querer como tú. Comprender como tú me comprendes. Salvar como tú me salvas. Perdonar como tú me perdonas. Darme como tú te me das.

¡Tú sí que me entiendes! Nunca me siento juzgada por ti, y eso que soy super torpe haciendo las cosas. No me siento condenada, y eso que los días pasan y casi no te hago caso. Y aún así dices que me amas, no sé que viste en mí. Me gusta tu forma de quererme, que nunca es con reproches. Siempre confiando en que lo haré bien, siempre esperando el momento en volver a estar conmigo. Qué forma más tremenda de quererme, Jesús.

Amar a tu manera, en quien caben todos. Y así, pasar los días pendiente de todos, acogiendo siempre, desde el principio. Regar mis adoraciones de nombres y rostros, de angustias y esperanzas. Llevar hacia ti, traer a tu presencia, del barro al cielo. Ponerme en tus manos y quedarme ahí.

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