Jn 6,44-51: En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente: «Nadie puede venir a mí, si no lo atrae el Padre que me ha enviado. Y yo lo resucitaré el último día. Está escrito en los profetas: "Serán todos discípulos de Dios." Todo el que escucha lo que dice el Padre y aprende viene a mí. No es que nadie haya visto al Padre, a no ser el que procede de Dios: ése ha visto al Padre.
Os lo aseguro: el que cree tiene vida eterna. Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron en el desierto el maná y murieron: éste es el pan que baja del cielo, para que el hombre coma de él y no muera. Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo.»

Comentario del evangelio

Tu carne para la vida del mundo.
Tu carne.

Tus miembros, tu cuerpo físico, biológico.
Ese mismo cuerpo que tuvo María en sus manos.
Ese cuerpo que acunó san José.
Tus brazos, tus piernas...

Ese cuerpo es el que subió al madero. El que fue traspasado. El que murió. Moriste Señor. Tu cuerpo quedó sin vida en manos de tu madre.

Ese mismo cuerpo resucitó. Ese cuerpo vieron los apóstoles. Allí metió Tomás los dedos. Ese cuerpo quiso tocar María Magdalena. Con esa boca masticaste el pescado que te ofrecieron los discípulos. Ese cuerpo, tan físico, tan real. ¡Un cuerpo humano de verdad!

Ese mismo cuerpo nos lo das en la Eucaristía. Pero aún más loco: ¡en ese cuerpo nos convertimos! Los cristianos somos el cuerpo de Cristo, ¡tu cuerpo Señor! Mis brazos son tus brazos. Mis manos son tus manos. Mi boca es tu boca. Mi cuerpo, tan real, tan físico, lo has tomado y hecho tuyo. Te prolongas en nosotros. Te haces presente en el mundo en nosotros. Tu Iglesia es tu extensión. Los cristianos somos tu mismo cuerpo en el mundo.

Somos tu cuerpo.
Somos tus brazos.
Somos tus ojos.
Somos tu voz.
Físicamente.
Te llevo físicamente.
Llevo tu vida en mi cuerpo.
Mi cuerpo es tu cuerpo.

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