Jn 3, 31-36 • El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano.

El que viene de lo alto está por encima de todos. El que es de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. El que viene del cielo está por encima de todos. De lo que ha visto y ha oído da testimonio, y nadie acepta su testimonio. El que acepta su testimonio certifica que Dios es veraz.
El que Dios envió habla las palabras de Dios, porque no da el Espíritu con medida. El Padre ama al Hijo y todo lo ha puesto en su mano. El que cree en el Hijo posee la vida eterna; el que no crea al Hijo no verá la vida, sino que la ira de Dios pesa sobre él.




Siento que es mucho lo que tengo delante y poco lo que entiendo.

Vayamos por partes: arriba y abajo. La tierra. Lo alto.

Lo alto está por encima, eso lo entiendo, ¿o no es así? A veces doy prioridad a tantas cosas antes de lo que viene de lo alto... A veces no miro a lo alto para buscar respuestas, para tomar decisiones. Cuando lo alto está por encima de todo.

El de la tierra es de la tierra y habla de la tierra. Estamos en la tierra, pero ¿somos de la tierra? ¿somos solo de la tierra?

Tú vives en la tierra pero vienes de lo alto. De mi origen, de mi meta: mi meta es el cielo. ¿Por qué me olvido del cielo?

Nadie acepta el testimonio del cielo, a veces yo tampoco, pero el que lo acepta sabe que Dios es verdad.

Y Dios no da el Espíritu con medida. Esto me maravilla. Desbordante y generoso. Sin parangón y sin decir basta. Todo lo da. Todo lo ha puesto en el Hijo.

Todo en tu mano, Jesús, ¡qué buen sitio! Me recuerda al salmo: la esclava con los ojos fijos en la mano de su Señor. Así quiero estar yo: con la mirada fija en el cielo. Que no me olvide del cielo. Que viva un poco en el cielo. No solo tierra. Soy nacido de lo alto.

Mira al cielo.

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