Mc 4, 31-37
Cuando Jesús volvía de la región de Tiro, pasó por Sidón y fue hacia el mar de Galilea, atravesando el territorio de la Decápolis.
Entonces le presentaron a un sordomudo y le pidieron que le impusiera las manos.
Jesús lo separó de la multitud y, llevándolo aparte, le puso los dedos en las orejas y con su saliva le tocó la lengua.
Después, levantando los ojos al cielo, suspiró y le dijo: "Efetá", que significa: "Ábrete".
Y enseguida se abrieron sus oídos, se le soltó la lengua y comenzó a hablar con normalidad.
Jesús les mandó insistentemente que no dijeran nada a nadie, pero cuanto más insistía, ellos más lo proclamaban y, en el colmo de la admiración, decían: "Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos".

Hola Jesús,
aquí vengo yo, un sordomudo más deseoso de oir tu voz, de romper el Cielo a gritos desde mi garganta. Soy sordo cuando no escucho a los demás y solo pienso en mis cosas, cuando no busco entender sino imponer. Soy mudo cuando pronuncio palabras de críticas y quejas y no hay verdad en mi lengua, por eso no sé hablar. Me enmudecen mis miserias, me ensordece mi pecado.
Pero confío en ti porque todo lo has hecho bien. Todo lo has hecho bien.
¡Todo! ¡Todo! Sí, ¡Todo bien!
Pero me cuesta creérmelo. Me quedo con lo que has hecho, me lo apropio y me lo cargo porque no lo sé usar bien...Ya sé. Solo quieres que te lo devuelva para repararlo. Que te dé mis oídos sordos, que te dé mi mirada, que grite con todo mi alma tu Nombre con la confianza de que solo así: llamando, esperando, abriéndome, entrarás a reparar lo que esté roto. Llamar. Esperar. Abrirse. Y dejarse tocar por ti. Qué bien lo haces todo, que por estar sordo y mudo veré de tus milagros en mi carne. Por ser un pobre herido, vendrás, me llevarás a parte, y me sanarás y será tal el gozo que no podré callarme. Effetá. Effetá. ¡Effetá!

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