Escuchar "Domingo, 2 de junio de 2024"
Síntesis del Episodio
Mc 14, 12-16. 22-26 • Esto es mi cuerpo. Esta es mi sangre
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
«¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?».
Él envió a dos discípulos diciéndoles:
«Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”.
Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí».
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
«Tomad, esto es mi cuerpo».
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron.
Y les dijo:
«Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».
Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.
--------
Yo caminaba por ahí y, sin darme cuenta, ellos me siguieron hasta casa.
Venían apresurados, como el náufrago que pide ayuda para ser rescatado. Aunque yo solo tenía que preparar la habitación, presentía algo de distinto en este encargo.
Y es que esto solo era el comienzo: ¿quién me iba a decir todo lo que vendría después de aquella noche?
¿Quién me iba a decir que aquella cena sería la primera de muchas cenas?
Era ya de noche y hacía frío, el olor el cordero asado y las hierbas amargas de la cena de Pascua inundaban todas las estancias de la casa. El vino, los cubiertos, la mejor vajilla... había ya dejado la mesa lista.
Aúnque aún sentía que no era suficiente; había una emoción pesada e indescriptible en el corazón.
Al darle la bienvenida al Rabbí, advertí que su semblante estaba serio y callado. Dejé que Él entrara primero, y luego todos los demás. Les seguí y me descalcé. Es la costumbre, pero esa noche, no sé... su Presencia convertía mi hogar en un lugar sagrado.
Durante la cena cada palabra parecía una pregunta directa al corazón.
”Tomad, esto es mi cuerpo” y yo, aunque estaba lejos mirando, les veía y me preguntaba lo mismo: ¿nos habla a nosotros?, ¿me habla a mi?
¿Por qué en mi hogar? No lo entiendo.
Después se fueron hacia los Olivos y me puse a recoger los platos con más preguntas en mi cabeza que al principio.
Al llegar al lugar del Rabbí encontré algunas migas de pan, algo me decía que había en ellas un misterio escondido. Volví a evocar la imagen del maestro: el pan en sus manos y su mirada clavada en cada uno con los que venía.
Parece una locura, pero esa mirada llegaba más allá.
Me traspasaba hasta quedarse grabada conmigo.
El primer día de los Ácimos, cuando se sacrificaba el cordero pascual, le dijeron a Jesús sus discípulos:
«¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la cena de Pascua?».
Él envió a dos discípulos diciéndoles:
«Id a la ciudad, os saldrá al paso un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo, y en la casa adonde entre, decidle al dueño: “El Maestro pregunta: ¿Cuál es la habitación donde voy a comer la Pascua con mis discípulos?”.
Os enseñará una habitación grande en el piso de arriba, acondicionada y dispuesta. Preparádnosla allí».
Los discípulos se marcharon, llegaron a la ciudad, encontraron lo que les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó pan y, pronunciando la bendición, lo partió y se lo dio diciendo:
«Tomad, esto es mi cuerpo».
Después tomó el cáliz, pronunció la acción de gracias, se lo dio y todos bebieron.
Y les dijo:
«Esta es mi sangre de la alianza, que es derramada por muchos. En verdad os digo que no volveré a beber del fruto de la vid hasta el día que beba el vino nuevo en el reino de Dios».
Después de cantar el himno, salieron para el monte de los Olivos.
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Yo caminaba por ahí y, sin darme cuenta, ellos me siguieron hasta casa.
Venían apresurados, como el náufrago que pide ayuda para ser rescatado. Aunque yo solo tenía que preparar la habitación, presentía algo de distinto en este encargo.
Y es que esto solo era el comienzo: ¿quién me iba a decir todo lo que vendría después de aquella noche?
¿Quién me iba a decir que aquella cena sería la primera de muchas cenas?
Era ya de noche y hacía frío, el olor el cordero asado y las hierbas amargas de la cena de Pascua inundaban todas las estancias de la casa. El vino, los cubiertos, la mejor vajilla... había ya dejado la mesa lista.
Aúnque aún sentía que no era suficiente; había una emoción pesada e indescriptible en el corazón.
Al darle la bienvenida al Rabbí, advertí que su semblante estaba serio y callado. Dejé que Él entrara primero, y luego todos los demás. Les seguí y me descalcé. Es la costumbre, pero esa noche, no sé... su Presencia convertía mi hogar en un lugar sagrado.
Durante la cena cada palabra parecía una pregunta directa al corazón.
”Tomad, esto es mi cuerpo” y yo, aunque estaba lejos mirando, les veía y me preguntaba lo mismo: ¿nos habla a nosotros?, ¿me habla a mi?
¿Por qué en mi hogar? No lo entiendo.
Después se fueron hacia los Olivos y me puse a recoger los platos con más preguntas en mi cabeza que al principio.
Al llegar al lugar del Rabbí encontré algunas migas de pan, algo me decía que había en ellas un misterio escondido. Volví a evocar la imagen del maestro: el pan en sus manos y su mirada clavada en cada uno con los que venía.
Parece una locura, pero esa mirada llegaba más allá.
Me traspasaba hasta quedarse grabada conmigo.
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