Escuchar "Domingo, 1 de mayo de 2022"
Síntesis del Episodio
Jn 21,1-14
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: -Me voy a pescar. Ellos contestaban: -Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: -Muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: -No. El les dice: -Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: -Es el Señor. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: -Traed de los peces que acabáis de coger. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: -Vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Noche tranquila.
Un brisa suave y cálida, seca, que se sentía en el las mejillas.
Aguas calmadas. El lago como un plato.
El cielo que en altas horas dela madrugada estaba estrellado y coronado por una enorme luna, empezaba a clarear levemente. Las estrellas se empezaban a marchar y solo permanecían las más brillantes.
Silencio cómplice en la barca. Solo trabajamos y recogemos redes.
Atrás quedaban aquellos días con Jesús. Parecía un sueño. El sueño de una noche de verano, otra vida. Habíamos vuelto a las redes. Al oficio. ¿La resurrección? Le vimos. Pero queda todo desdibujado en la memoria. Ya no sabemos si pasó. Nadie nos cree. Hay persecución. Nuestro corazón abrasaba pero ahora está en ascuas.
Remamos cansados a la orilla y un olor a hoguera, conquista nuestro olfato. Hay unas pequeñas llamas a lo lejos y un paisano sentado. Será otro pescador.
Todo quedó como un sueño bonito. No hay peces. Hay cansancio. No hay alegría. Hay resignación. No hay unión, solo colegueo...
-Vámonos a casa, muchachos.
Propongo al resto de la barca.
El hombre de la orilla se incorpora y alza la voz. Gesticula, para que echemos las redes. Te reconozco al momento, pero me hago el despistado, no quiero creérmelo. Tiramos la red y el tirón de la barca me lanza mentalmente a aquel tirón que dio aquel día que me dijiste que fuéramos mar adentro. Ya está. Me echo la túnica encima y me lanzo al agua ¿por qué? Luego vi que no tenía sentido, pero los nervios me podían. Tú. Mi Señor. No es un sueño. Otra vez. Vienes. Me dices donde pescar. Y sentados a la orilla me das la oportunidad de decirte de corazón lo que no tuve valor de decirte antes. Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero. Tú sabes todo, Tú sabes que te quiero.
Tú sabes todo. Tú sabes que te quiero.
Jesús se acerca, toma el pan y se lo da, y lo mismo el pescado. En aquel tiempo, Jesús se apareció otra vez a los discípulos junto al lago de Tiberíades. Y se apareció de esta manera: Estaban juntos Simón Pedro, Tomás apodado el Mellizo, Natanael el de Caná de Galilea, los Zebedeos y otros dos discípulos suyos. Simón Pedro les dice: -Me voy a pescar. Ellos contestaban: -Vamos también nosotros contigo. Salieron y se embarcaron; y aquella noche no cogieron nada. Estaba ya amaneciendo, cuando Jesús se presentó en la orilla; pero los discípulos no sabían que era Jesús. Jesús les dice: -Muchachos, ¿tenéis pescado? Ellos contestaron: -No. El les dice: -Echad la red a la derecha de la barca y encontraréis. La echaron, y no tenían fuerzas para sacarla, por la multitud de peces. Y aquel discípulo que Jesús tanto quería le dice a Pedro: -Es el Señor. Al oír que era el Señor, Simón Pedro, que estaba desnudo, se ató la túnica y se echó al agua. Los demás discípulos se acercaron en la barca, porque no distaban de tierra más que unos cien metros, remolcando la red con los peces. Al saltar a tierra, ven unas brasas con un pescado puesto encima y pan. Jesús les dice: -Traed de los peces que acabáis de coger. Simón Pedro subió a la barca y arrastró hasta la orilla la red repleta de peces grandes: ciento cincuenta y tres. Y aunque eran tantos, no se rompió la red. Jesús les dice: -Vamos, almorzad. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle quién era, porque sabían bien que era el Señor. Jesús se acerca, toma el pan y se lo da; y lo mismo el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús se apareció a los discípulos, después de resucitar de entre los muertos.
Noche tranquila.
Un brisa suave y cálida, seca, que se sentía en el las mejillas.
Aguas calmadas. El lago como un plato.
El cielo que en altas horas dela madrugada estaba estrellado y coronado por una enorme luna, empezaba a clarear levemente. Las estrellas se empezaban a marchar y solo permanecían las más brillantes.
Silencio cómplice en la barca. Solo trabajamos y recogemos redes.
Atrás quedaban aquellos días con Jesús. Parecía un sueño. El sueño de una noche de verano, otra vida. Habíamos vuelto a las redes. Al oficio. ¿La resurrección? Le vimos. Pero queda todo desdibujado en la memoria. Ya no sabemos si pasó. Nadie nos cree. Hay persecución. Nuestro corazón abrasaba pero ahora está en ascuas.
Remamos cansados a la orilla y un olor a hoguera, conquista nuestro olfato. Hay unas pequeñas llamas a lo lejos y un paisano sentado. Será otro pescador.
Todo quedó como un sueño bonito. No hay peces. Hay cansancio. No hay alegría. Hay resignación. No hay unión, solo colegueo...
-Vámonos a casa, muchachos.
Propongo al resto de la barca.
El hombre de la orilla se incorpora y alza la voz. Gesticula, para que echemos las redes. Te reconozco al momento, pero me hago el despistado, no quiero creérmelo. Tiramos la red y el tirón de la barca me lanza mentalmente a aquel tirón que dio aquel día que me dijiste que fuéramos mar adentro. Ya está. Me echo la túnica encima y me lanzo al agua ¿por qué? Luego vi que no tenía sentido, pero los nervios me podían. Tú. Mi Señor. No es un sueño. Otra vez. Vienes. Me dices donde pescar. Y sentados a la orilla me das la oportunidad de decirte de corazón lo que no tuve valor de decirte antes. Tú lo sabes todo, Tú sabes que te quiero. Tú sabes todo, Tú sabes que te quiero.
Tú sabes todo. Tú sabes que te quiero.
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