Glorioso INTERCAMBIO

20/09/2025 30 min

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Síntesis del Episodio

GLORIOSO INTERCAMBIO.El pecado, en su raíz, es un asunto de obras: pecamos en pensamiento, palabra, acción y omisión. Y el veredicto divino es claro: “los que practican tales cosas no heredarán el reino de Dios” (Gál. 5:21). No heredarán, no entrarán, no pasarán. Punto.1. SÍ, SEREMOS JUZGADOS POR LAS OBRASEl libro de Apocalipsis afirma con precisión quirúrgica: “y los muertos fueron juzgados por las cosas que estaban escritas en los libros, según sus obras” (Ap. 20:12). Es decir: lo que hacemos importa, y mucho.Vivimos en una época en que la religión sentimental ha reemplazado a la fe bíblica. Se repite como mantra barato: “Dios no mira las obras, sino el corazón”. El problema es que se olvida que el corazón, según Jeremías, es “engañoso más que todas las cosas, y perverso” (Jer. 17:9). Apelar al corazón humano como fuente de bondad es como confiar en un pozo contaminado para saciar la sed: no solo no quita la sed, sino que envenena.El apóstol Pablo lo reconoció sin maquillajes: “Yo sé que en mí, esto es, en mi carne, no mora el bien” (Rom. 7:18). Y Cristo mismo dejó en claro que el problema del hombre no es solo interior, sino que se manifiesta en actos concretos: “No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre” (Mt. 7:21).2. CRISTO INTERCAMBIÓ LUGAR CON NOSOTROSAhora bien, ¿podemos ser salvos por obras? Sí… pero no por las nuestras. Esa es la ironía y la sorpresa del evangelio. Si alguien quiere entrar en el cielo por obras, necesita un historial perfecto, intachable, puro. Y no basta con portarse bien a partir de hoy, porque el pasado ya clama justicia, y Dios no es un anciano distraído que hace la vista gorda: “de ningún modo tendrá por inocente al malvado” (Ex. 34:7).La buena noticia es que Cristo vino no solo a morir, sino también a vivir en nuestro lugar. Su obra redentora es doble: primero, vivió una vida de perfecta obediencia a la ley de Dios, cumpliendo en cada detalle lo que nosotros nunca pudimos cumplir. Segundo, cargó sobre sí el castigo de nuestro pecado, bebiendo hasta la última gota la copa de la ira de Dios en la cruz.Ese es el glorioso intercambio: él tomó nuestras ropas manchadas de pecado, y nos vistió con su manto blanco de justicia. Él recibió el castigo que merecíamos, y nosotros la recompensa que nunca podríamos alcanzar. Este es aquel glorioso intercambio, en el cual Cristo, el rico, toma sobre sí la miseria de la humanidad, y el hombre, el miserable, recibe la riqueza de Cristo.3. LA GRACIA RESCATA Y SANTIFICAAhora bien, algunos ingenuos —o peor aún, malintencionados— podrían decir: “Entonces no importan las obras, ya que Cristo pagó todo”. ¡Cuidado! Esa conclusión es un insulto a la gracia. La misma gracia que nos salva, también nos transforma. El evangelio no es licencia para pecar, sino poder para obedecer.Dios no solo nos rescata de la condena, sino que nos saca de la esclavitud del pecado. El Espíritu Santo trabaja en nosotros, moldeando nuestro carácter, corrigiendo nuestra conducta, y produciendo frutos visibles. Jesús lo dijo sin rodeos: “Por sus frutos los conoceréis” (Mt. 7:16).No somos salvos por las obras, pero somos salvos para las obras (Ef. 2:10). La fe verdadera siempre desemboca en una vida de obediencia. Un cristiano sin obras de santidad es como un árbol sin hojas: seco, inútil, muerto.