En un contexto empresarial en el que cada vez cobran más importancia la recolección y análisis de todo tipo de datos e información, así como el estudio de cada uno de los factores y métricas que influyen en nuestra actividad comercial, nos resulta más fácil que nunca acceder a las herramientas que con las que predecir la viabilidad o rentabilidad de un proyecto, o de una línea de productos, y -por tanto- garantizar la máxima reducción posible de riesgos. 
Y entre esas muchas técnicas e instrumentos que nos ayudan en este sentido, encontramos un concepto más que interesante, que ha venido adquiriendo una relevancia capital de un tiempo a esta parte en la gestión de negocio y del plan de ventas, especialmente dentro de enfoques tan en auge como puede ser la metodología Lean Startup. Hablamos del MVP (o Producto Mínimo Viable), entendiendo por éste aquel artículo que lanzamos al mercado a modo de prueba o prototipo, con el que poder testear la acogida, respuesta e interés que éste despierta en usuarios y consumidores. 
Así pues, será un producto con las funciones mínimas, pero -a la vez- con todas aquellas necesarias para hacerlo completamente operacional, que nos servirá de punto de partida mediante el que conocer qué mejoras o modificaciones son necesarias para satisfacer en mayor medida la demanda del público objetivo y, ya sí, proceder a su producción, distribución y venta en masa. 

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