Él decía que nunca se había ido de su barrio. Otros decían de él que ‘tenía las manos generosas como patio’ Y todos reconocimos en esta entrañable figura del Tango a un genio hermoso de cachetes redondos, puchero en el gesto y peinado a la gomina, que tocaba el bandoneón como pocos para deleitar a muchos. Aprendió del Abasto donde nació, la calle y los grandes de la música de aquella época gloriosa del Tango donde el que destacaba lo hacía después de pasar pruebas de fuego. Era un pibe de once años cuando empezó a tocar en forma y a los catorce formó su propio quinteto. Siguió adelante al lado de los mejores, hasta que pudo independizarse y el público selló su calidad, aceptándolo y metiéndolo al gusto popular, ese que nunca se equivocaba cuando elegía a sus ídolos. Fue grande entre los grandes y nunca el Tango hubiese trascendido tanto sin su talento de compositor e intérprete, uno de los más queridos por la gente.

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