A lo largo de la vida, en la maratón de la fe, no importa cuántas caídas una persona tenga; lo que realmente importa es cuántas veces se levanta, que haya aprendido la lección, que se sacuda el polvo y continúe recorriendo los kilómetros que restan hasta el momento en que Dios decida que su tiempo en esta vida ha terminado, o hasta el día en que Cristo regrese en gloria y luz para entregar la corona prometida.

Se aprende que esta es una carrera no de rapidez, sino de resistencia. Y la resistencia no es algo con lo que se nace, sino algo que se trabaja y se construye cada día.

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