Se nos va de ojo que en el interminable camino por definirnos el otro, el contrario a nosotros, es un elemento ineludible en ese proceso.

Pretender andar por la vida en la creencia de que tenemos que agradar a todas las personas que salen a nuestro encuentro o que nos tienen que agradar a nosotros es una aporía buenista, alejada por completo de la contradicción de la que estamos hechos los seres humanos.

Aceptar que vamos a encontrar personas opuestas a nosotros significa la cuestión no sea evitarlas si no elegirlas. Como dice el refrán: no ofende quien quiere, sino quien puede; porque nuestra imagen pública depende en gran medida de a quién elijamos como nuestros contrarios: nunca como nuestros enemigos porque eso nos sitúa al borde de un enfrentamiento sinsentido. Por eso, antes de enfangarnos en batallas estériles, hay que reflexionar sobre las virtudes éticas y capacidad intelectual de la persona a la que vamos a aceptar el reto, porque van a definirnos también a nosotros. De ahí que la cuestión esencial sea elegir tanto a los amigos como a los contrarios, porque todos forman parte del yo. ¡Que no se te vaya de ojo!

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