La realidad puerilizada. La Veranda de Rafa Rius 10/12/25

10/12/2025 7 min
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Síntesis del Episodio

La realidad puerilizada

Una realidad puerilizada en un contexto social repleto de simplezas. Aunque la raíz latina (puer) nos conduzca al mundo infantil, no me refiero a ello en este caso. Los niños no son pueriles; son niños. Con el adjetivo pueril y su carga despectiva, me refiero más bien a las acepciones de: trivial, fútil, insustancial… porque estos adjetivos le cuadran como un guante a nuestra actual sociedad del espectáculo, que tan bien describieron los situacionistas. Nuestros niños y jóvenes dominan a la perfección los últimos inventos en 3D de los juegos de pantalla mientras ignoran con toda felicidad quienes pudieran ser Homero, Sófocles o Safo.

Y no es por estériles culturalismos sino por ampliar nuestra visión de un mundo que ahora permanece encerrado en una pantalla. Los cientos de generaciones que nos han precedido, han ido elaborando una serie de múltiples concepciones y explicaciones acerca del mundo en el que vivimos que sería suicida ignorar. Encapsulados en el aquí y el ahora más obvio y ramplón, nos perdemos las valiosas y fecundas reflexiones de aquellas personas que nos han precedido en el tránsito por la vida.

Rodeados de pantallas, pantallas, pantallas, de todos los tamaños y calibres, de toda clase y condición; para desinformarnos, para distraernos, para enajenarnos… Desde su primera infancia sometemos a los niños/as a un constante bombardeo desde todo tipo de soportes, de manera que, eso que llamamos realidad, les llega siempre mediatizada por los vehículos de hardware con sus correspondientes programas, que la transportan y manipulan.

Nos iremos como hemos venido: sin haber entendido nada. Sin embargo, hay elementos de conocimiento, como la curiosidad acerca del funcionamiento de lo que nos rodea y las ideas de las personas que nos han acompañado en el tránsito por la vida, que nos pueden ayudar a entender algo de lo que está pasando.

En concreto, por lo que se refiere a la política parlamentaria. En ella, en eso que llaman democracia, el momento de oro son las elecciones. Es la ceremonia de la confusión, mágica e iniciática a la vez; una especie de epifanía en la que podremos decidir nuestro futuro colectivo mediante un voto-cheque en blanco a favor del partido de nuestros amores (porque nuestro voto, conviene que no lo olvidemos, siempre es importante y decisivo) para que pueda desarrollar su programa. Un programa inexistente en algunos casos (PP-VOX) más allá de legislar a favor de sus patrocinadores, o bien, un programa (PSOE-SUMAR) basado en el “puedo prometer y prometo, que luego, si acaso, ya, ya… ya cumpliré lo que pueda, lo que quiera o lo que me dejen”.

Teniendo en cuenta que nuestro voto saldrá de las tripas de nuestras convicciones emocionales, de nuestros dogmas de fe, de nuestras filias y fobias, de nuestros miedos y, en raras ocasiones, de nuestra lógica y nuestro pensamiento racional, se suelen producir resultados insólitos de los que algunas buenas gentes autoconsideradas de izquierdas, se asombran. Uno de los más habituales, contemplar a desempleados o trabajadores en precario que con su salario no llegan a fin de mes, votando a partidos que siguen las consignas del IBEX35 y de los empresarios que los explotan… aunque en el fondo todo ello tiene una explicación bastante plausible: no responde sino a la lógica de un sistema basado en la sumisión voluntaria y la alienación.

El lenguaje político actual es enemigo de la complejidad: el mensaje, cuanto más simple y directo, mejor. El hecho de que sea verdad es secundario. Los mensajes complejos y elaborados, despistan al electorado y las afirmaciones rotundas, a ser posible escandalosas, proferidas con cara y tono de total confianza, aunque sean falsas, o especialmente si lo son, movilizan a los potenciales votantes. Y es que, el valor de verdad está muy devaluado. Vale más una consigna o un bulo colocados a tiempo en el lugar oportuno, que una docena de razonamientos bien elaborados.

En este orden de cosas, cualquier intento de racionalizar la política parlamentaria, municipal o autonómica (recordemos: hay otras políticas a pie de calle tan importantes o más) es una pasión inútil condenada al fracaso. Vivimos en el seno de una realidad puerilizada y banal en la que nos movemos como pez en el agua, al tiempo que abandonamos todo pensamiento crítico personal.

Y esta distopía previa al Armagedón, no es un relato de ciencia ficción, es una realidad presente y cotidiana.

Sin embargo y a pesar de tantos pesares, la lucha continúa.

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