En Armonía con el Infinito 10

07/10/2014 37 min
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Síntesis del Episodio

stante, hay quienes las atribuyen a Dios.
El ardiente y sincero místico es uno de los mayores amigos que pueda tener la
verdadera religión. Se cuentan los místicos entre los más grandes siervos de Dios y entre
los bienhechores del género humano. Cristo fue, según la opinión vulgar de su época, uno
de los mayores herejes que en el mundo han sido, pues no quiso sujetarse a las creencias
ortodoxamente establecidas. Cristo es el arquetipo de la idea universal. Juan Bautista, el de
la idea personal. Juan viste determinado traje, sólo come cierta clase de manjares,
pertenece a una secta especial, vive y enseña en lugar fijo y él mismo reconoce su
inferioridad correlativa a la creciente superioridad de Cristo. Cristo, por el contrario, se
entrega sin limitaciones y a nada quiere sujetarse. Fue universal por completo y así no
enseñó para su tiempo, sino para todos los siglos.
Esta sublime verdad relativa al acto capital de la vida humana es el hilo de oro que
engarza todas las religiones. Cuando le demos supremacía sobre los otros actos de nuestra
vida, veremos cómo por su misma insignificancia se desvanecen las mínimas diferencias,
los estrechos prejuicios, los risibles absurdos, y creeremos que en caso necesario, un judío
puede adorar a Dios en una catedral católica, como un católico en una sinagoga judía, un
budista en una iglesia cristiana y un cristiano en una mezquita, porque todos pueden
igualmente adorar a Dios en el ara de su propio corazón, en la cima de la montaña o
durante los quehaceres de la vida cotidiana. Para arrobarse en la verdadera oración, sólo
son necesarios Dios y el humano espíritu sin sujeción a tiempo, estación ni
oportunidad. En cualquier lugar y tiempo puede encontrar el alma a Dios.
Este es el principio básico de la religión universal que todos pueden aceptar. Esta es
la verdad capital y permanente. Hay algo en que no todos están acordes. Esto es lo
contingente, lo no necesario, que va desvaneciéndose a medida que el tiempo pasa. Un
cristiano que no acierte a percibir esta verdad, preguntará: ¿Pero no estuvo Cristo
inspirado por Dios? -Sí, pero no fue él solo el inspirado. Un budista preguntaría: ¿No
inspiró Dios a Buda? -Sí, pero no fue él solo el inspirado. Un cristiano dirá: ¿Acaso la
Biblia no fue dictada por el Espíritu Santo? -Sí, pero también hay otras Escrituras
inspiradas por Dios. Un budista preguntará: ¿Acaso no fueron inspirados los Vedas? -Sí,
pero también hay otros libros sagrados. Vuestro error no está en creer que vuestras
respectivas Escrituras fuesen inspiradas por Dios, sino en vuestro notorio exclusivismo al
negar que también otras Escrituras pudieran estar igualmente inspiradas por Él.
Los libros sagrados, las Escrituras inspiradas, proceden todas de una misma fuente,
de Dios, que habla a través de las almas de quienes escuchan su voz. Unos pueden estar
más inspirados que otros, según el grado en que escuchen la voz divina. Dicen las