Escuchar "05 En Armonía con el Infinito."
Síntesis del Episodio
Ningún mal podrá aposentarse en nuestro cuerpo, o mantenerse en él, a no ser que
halle algo que le corresponda y facilite su acción. Y del mismo modo, ningún daño ni
condición nociva, de cualquier clase que sea, podrá infestar nuestra vida, a menos que ya
exista en ella algo que lo solicite y haga posible su maléfica influencia. Así, será mejor
examinar cuanto antes la causa de cualquier asunto que nos afecte, a fin de establecer lo
más pronto posible en nuestro interior las condiciones necesarias para que sólo influya lo
bueno. Nosotros, que por naturaleza deberfamos ser dueños y señores de nuestra
convicción moral, somos esclavos, por vicio de nuestra ignorancia, de innumerables
pasiones de todo linaje.
¿Tengo miedo al trueno? Nada hay en él, leve y pura corriente del aire de Dios, que
pueda turbarme, darme un resfriado o tal vez producirme una enfermedad. El trueno puede
sólo afectarme en el grado en que yo mismo consienta. Debemos distinguir entre causas y
meras ocasiones. El trueno no es causa, ni tampoco entraña causa alguna.
De dos personas, una queda perniciosamente afectada por él. La otra no sufre la
más ligera molestia, antes bien, se alegra y regocija. La primera es de las que se
sobresaltan por cualquier incidente. Teme el trueno, se humilla ante él y piensa
continuamente en el daño que puede acarrearle. En otros términos, le abre camino en su
ánimo para que entre y se sostenga, y así, el trueno, inofensivo y benéfico de por sí, le trae
precisamente lo que le consiente traer. La segunda se reconoce dueña de si misma y
menosprecia los incidentes. No teme el trueno. Se pone en armonía con él, y en vez de
experimentar turbación alguna, se regocija, pues además de traerle aire fresco y puro, le
acostumbra a futuras emociones de naturaleza semejante. Si el trueno hubiera sido causa,
de seguro produjera en ambas personas los mismos efectos. Lo contrario demuestra que no
era causa, sino simple condición. Y por esto influyó en cada cual como correspondía a sus
respectivas condiciones.
¡ Pobre trueno! Millares y millones de veces fuiste espantajo de quienes, demasiado
halle algo que le corresponda y facilite su acción. Y del mismo modo, ningún daño ni
condición nociva, de cualquier clase que sea, podrá infestar nuestra vida, a menos que ya
exista en ella algo que lo solicite y haga posible su maléfica influencia. Así, será mejor
examinar cuanto antes la causa de cualquier asunto que nos afecte, a fin de establecer lo
más pronto posible en nuestro interior las condiciones necesarias para que sólo influya lo
bueno. Nosotros, que por naturaleza deberfamos ser dueños y señores de nuestra
convicción moral, somos esclavos, por vicio de nuestra ignorancia, de innumerables
pasiones de todo linaje.
¿Tengo miedo al trueno? Nada hay en él, leve y pura corriente del aire de Dios, que
pueda turbarme, darme un resfriado o tal vez producirme una enfermedad. El trueno puede
sólo afectarme en el grado en que yo mismo consienta. Debemos distinguir entre causas y
meras ocasiones. El trueno no es causa, ni tampoco entraña causa alguna.
De dos personas, una queda perniciosamente afectada por él. La otra no sufre la
más ligera molestia, antes bien, se alegra y regocija. La primera es de las que se
sobresaltan por cualquier incidente. Teme el trueno, se humilla ante él y piensa
continuamente en el daño que puede acarrearle. En otros términos, le abre camino en su
ánimo para que entre y se sostenga, y así, el trueno, inofensivo y benéfico de por sí, le trae
precisamente lo que le consiente traer. La segunda se reconoce dueña de si misma y
menosprecia los incidentes. No teme el trueno. Se pone en armonía con él, y en vez de
experimentar turbación alguna, se regocija, pues además de traerle aire fresco y puro, le
acostumbra a futuras emociones de naturaleza semejante. Si el trueno hubiera sido causa,
de seguro produjera en ambas personas los mismos efectos. Lo contrario demuestra que no
era causa, sino simple condición. Y por esto influyó en cada cual como correspondía a sus
respectivas condiciones.
¡ Pobre trueno! Millares y millones de veces fuiste espantajo de quienes, demasiado
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