Voz que clama

24/07/2021 4 min Temporada 4 Episodio 2

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Síntesis del Episodio

Primeros Pasos
Episodio 2 Voz que clama
Leamos  Juan 1:21–27. “Y le preguntaron: ¿Qué pues? ¿Eres tú Elías? Dijo: No soy. ¿Eres tú el profeta? Y respondió: No. Le dijeron: ¿Pues quién eres? para que demos respuesta a los que nos enviaron. ¿Qué dices de ti mismo? Dijo: Yo soy la voz de uno que clama en el desierto: Enderezad el camino del Señor, como dijo el profeta Isaías. Y los que habían sido enviados eran de los fariseos. Y le preguntaron, y le dijeron: ¿Por qué, pues, bautizas, si tú no eres el Cristo, ni Elías, ni el profeta? Juan les respondió diciendo: Yo bautizo con agua; mas en medio de vosotros está uno a quien vosotros no conocéis. Este es el que viene después de mí, el que es antes de mí, del cual yo no soy digno de desatar la correa del calzado”
Juan claramente ha descartado que él es el Cristo, pero los que le interrogan desean una respuesta más concreta. ¿Qué pistas obtenemos acerca de su persona en las respuestas que dio? ¿Por qué insistían tanto ellos en saber quién era? ¿Cuál era su mayor dificultad para explicar su verdadera misión?
Juan negó categóricamente ser el Cristo, pero su respuesta no satisfizo a los que lo interrogaron. Ante la insistencia de ellos también negó ser Elías o el profeta que iba a preceder la llegada del Mesías. Una vez más nos impacta que el Bautista claramente se opone a los diferentes títulos que intentan darle. Su actitud resulta más que refrescante en esta época en la que muchos líderes compiten para ver quiénes han conquistado los títulos de mayor prestigio. La Iglesia se ha visto invadida por hombres acomplejados que necesitan afirmarse exigiendo que los demás los llamen apóstoles, profetas o, incluso, patriarcas. Qué lejos se encuentra todo este afán de la sencillez con la que Juan se movía.
Ante la serie de negaciones las autoridades religiosas le piden que se defina. Para explicarles su identidad Juan utiliza dos analogías. La primera, tomada del profeta Isaías, es una voz, algo aún de menor importancia que el hecho de ser una persona. Juan se concibe a sí mismo como apenas el instrumento para transmitir un mensaje. Optar por esta identidad es particularmente interesante porque el evangelio nos presenta a Cristo como el Verbo de vida, de modo que Juan no es más que el medio por el que ese Verbo llega a tocar vidas.
La segunda analogía con la cual Juan se identifica es con la de un esclavo. En esa época los maestros no cobraban honorarios por formar a sus discípulos. No obstante, se esperaba que los seguidores, a modo de recompensa, le sirvieran en una diversidad de tareas. Sin embargo quedaban exentos de algunas que estaban reservadas para los esclavos de la casa. Entre las tareas exclusivas de un esclavo se encontraba la función de desatar las correas de las sandalias del maestro. Al mencionar que él ni siquiera era digno de realizar esa función Juan claramente les estaba diciendo que ni siquiera merecía ser esclavo en la casa de Dios.
Juan también señaló que los líderes religiosos no conocían a la persona cuya llegada él anunciaba, algo que seguramente incrementó la confusión que ya sentían. Es que las realidades del Reino no las perciben los que intentan encerrar al Señor en prolijas categorías, ni sienten que todo lo que él hace puede ser explicado en términos humanos. En este sentido debemos entender que no existía respuesta alguna que consiguiera satisfacer la curiosidad de ellos, pues el mundo espiritual solamente es discernible para aquellos que se mueven en el Espíritu.
Muchas veces la respuesta que buscamos no está en la metodología («¿Por qué bautizas?»), sino en los resultados que produce el ministerio. El Cristo mismo advertiría que el árbol se conoce por sus frutos y una de las consecuencias de un ministerio nacido en el cielo son vidas profundamente transformadas. Esta señal claramente acompañaba el mensaje de Juan.

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