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Síntesis del Episodio
TODOS SOMOS HERMANOS
En la sociedad en la cual vivimos, ostentar un título en alguna de las ramas de estudio, autoridad política, social o eclesial, realza el honor y respeto entre los hombres. Por eso, las personas que ostentan alguno de esos títulos, anhelan que los que se encuentren a su alrededor se dirijan a ellos por el título, antes de que lo hagan por sus nombres. Este deseo, también se da dentro de las iglesias cristianas, pues algunos hermanos, si son diáconos, ancianos, o pastores de la congregación, desean que se dirijan a ellos por el título que ostentan. Este anhelo del creyente es contrario a la voluntad de Dios, por eso, Jesucristo dio estas instrucciones a sus discípulos y a todos sus seguidores: “Les gusta que la gente los salude en el mercado con gran respeto, y que los llame maestros. Pero ustedes no esperen que la gente los llame maestros, porque ustedes son como hermanos, y tienen solamente un maestro.” Mateo 23:7-8 TLA.
Hay lugar para los títulos en el mundo secular, pero en el mundo religioso no, porque todos estamos al mismo nivel en la presencia de Dios, ya que todos somos hombres imperfectos y pecadores redimidos por la preciosa sangre de Cristo, por eso nadie es superior, ni inferior en el cuerpo de Cristo. Dios llama a ciertos hermanos para que dirijan la iglesia como diáconos, ancianos, maestros o pastores, pero esta distinción no es para que se envanezcan en la presencia del resto de la congregación, sino para que sirvan con toda humildad. Un hermano que tenga algún título dado por el Señor dentro de la iglesia, por nada del mundo debe imponer a sus hermanos a que se dirijan a ellos por ese título, sino humildemente debe aceptar de la forma que se dirijan a ellos, ya sea por el título o por el nombre, pero siempre que se haga con respeto. Con esto no se quiere decir que los que fueron llamados a dirigir la iglesia no merezcan ser reconocidos, sino que los que ostentan no deben imponer que se los reconozcan por el título, ya que el Señor está en contra del ego personal del hombre y especialmente de sus siervos.
Si Dios nos llamó a ocupar algún cargo de dirección dentro de la iglesia, que el cargo no se nos suba a la cabeza, mantengámonos siempre humildes, y alegrémonos si el resto de los hermanos nos llaman por nuestro nombre antes que por el título o designación que tengamos, pues una relación así, afianza la amistad y el compañerismo que debemos tener entre hermanos. Pero si no ocupamos algún cargo de dirección dentro de la iglesia, esta hermandad y compañerismo con los que están al frente, no debe ser un pretexto para perder el respeto a quienes Dios los ha puesto por autoridad. Ellos merecen todo nuestro respeto, nuestra fidelidad y respaldo para que administren con efectividad la iglesia de Cristo.
En la sociedad en la cual vivimos, ostentar un título en alguna de las ramas de estudio, autoridad política, social o eclesial, realza el honor y respeto entre los hombres. Por eso, las personas que ostentan alguno de esos títulos, anhelan que los que se encuentren a su alrededor se dirijan a ellos por el título, antes de que lo hagan por sus nombres. Este deseo, también se da dentro de las iglesias cristianas, pues algunos hermanos, si son diáconos, ancianos, o pastores de la congregación, desean que se dirijan a ellos por el título que ostentan. Este anhelo del creyente es contrario a la voluntad de Dios, por eso, Jesucristo dio estas instrucciones a sus discípulos y a todos sus seguidores: “Les gusta que la gente los salude en el mercado con gran respeto, y que los llame maestros. Pero ustedes no esperen que la gente los llame maestros, porque ustedes son como hermanos, y tienen solamente un maestro.” Mateo 23:7-8 TLA.
Hay lugar para los títulos en el mundo secular, pero en el mundo religioso no, porque todos estamos al mismo nivel en la presencia de Dios, ya que todos somos hombres imperfectos y pecadores redimidos por la preciosa sangre de Cristo, por eso nadie es superior, ni inferior en el cuerpo de Cristo. Dios llama a ciertos hermanos para que dirijan la iglesia como diáconos, ancianos, maestros o pastores, pero esta distinción no es para que se envanezcan en la presencia del resto de la congregación, sino para que sirvan con toda humildad. Un hermano que tenga algún título dado por el Señor dentro de la iglesia, por nada del mundo debe imponer a sus hermanos a que se dirijan a ellos por ese título, sino humildemente debe aceptar de la forma que se dirijan a ellos, ya sea por el título o por el nombre, pero siempre que se haga con respeto. Con esto no se quiere decir que los que fueron llamados a dirigir la iglesia no merezcan ser reconocidos, sino que los que ostentan no deben imponer que se los reconozcan por el título, ya que el Señor está en contra del ego personal del hombre y especialmente de sus siervos.
Si Dios nos llamó a ocupar algún cargo de dirección dentro de la iglesia, que el cargo no se nos suba a la cabeza, mantengámonos siempre humildes, y alegrémonos si el resto de los hermanos nos llaman por nuestro nombre antes que por el título o designación que tengamos, pues una relación así, afianza la amistad y el compañerismo que debemos tener entre hermanos. Pero si no ocupamos algún cargo de dirección dentro de la iglesia, esta hermandad y compañerismo con los que están al frente, no debe ser un pretexto para perder el respeto a quienes Dios los ha puesto por autoridad. Ellos merecen todo nuestro respeto, nuestra fidelidad y respaldo para que administren con efectividad la iglesia de Cristo.
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