Escuchar "NO HAGAMOS NADA POR RIVALIDAD."
Síntesis del Episodio
NO HAGAMOS NADA POR RIVALIDAD.
A menudo nos vemos enfrascados en una rivalidad con personas con las cuales compartimos tiempo o alguna actividad. Esta rivalidad con frecuencia se llega a dar con nuestros compañeros de estudio, de trabajo o entre hermanos. Siempre estamos tratando de mejorar las cosas que el otro haga, y así sobresalir y ganarles la partida. La rivalidad muchas veces también la trasladamos al ámbito cristiano, pues nos enfrascamos en rivalidades entre hermanos de la congregación, siempre tratamos que el ministerio que está a nuestro cargo sea mejor que el ministerio de nuestro rival, olvidando por completo que nuestro servicio es para honrar y glorificar a nuestro Señor. En cuanto a la rivalidad entre los seguidores de Cristo, el apóstol Pablo nos dice: “No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo.” Filipenses 2:3 DHH.
El apóstol Pablo dice que nada en absoluto debería hacerse por rivalidad o por orgullo ya que estos son dos de los peores adversarios a la unidad entre los siervos de Dios. Cualquier servicio o ministerio, que se realice bajo el dominio de la rivalidad u orgullo, no van a ser de olor fragante en la presencia del eterno Creador, más bien, van a ser desechados de su presencia, pues todo el servicio se realizó para su propia exhibición más no para agradar a Dios. Nuestro servicio a Dios debe ser impulsado por nuestro deseo de agradar a Dios y no por el deseo de ser mejor que alguien más. Cualquier cosa que realicemos la debemos realizar en humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a nosotros mismos. Esto no significa que debamos menospreciar nuestros dones, habilidades y talentos, peor aún, que debamos menospreciar nuestra vida. Considerar a nuestro prójimo superior a nosotros, implica que deberíamos vivir de manera desprendida por los demás, poniendo sus intereses por delante de los nuestros.
Como seguidores de Cristo, debemos apartar la rivalidad y orgullo de nuestra mente en nuestro servicio a Dios. Debemos tratar a los demás con respeto y cortesía. Estimar a los demás como superiores a uno mismo es totalmente extraño a la mente humana, y no podemos hacerlo con nuestras propias fuerzas. Sólo siendo habitados y capacitados por el Espíritu Santo podremos practicarlo. Pues considerar los intereses de los otros como más importantes que los nuestros nos une a Cristo, que fue el verdadero ejemplo de humildad.
A menudo nos vemos enfrascados en una rivalidad con personas con las cuales compartimos tiempo o alguna actividad. Esta rivalidad con frecuencia se llega a dar con nuestros compañeros de estudio, de trabajo o entre hermanos. Siempre estamos tratando de mejorar las cosas que el otro haga, y así sobresalir y ganarles la partida. La rivalidad muchas veces también la trasladamos al ámbito cristiano, pues nos enfrascamos en rivalidades entre hermanos de la congregación, siempre tratamos que el ministerio que está a nuestro cargo sea mejor que el ministerio de nuestro rival, olvidando por completo que nuestro servicio es para honrar y glorificar a nuestro Señor. En cuanto a la rivalidad entre los seguidores de Cristo, el apóstol Pablo nos dice: “No hagan nada por rivalidad o por orgullo, sino con humildad, y que cada uno considere a los demás como mejores que él mismo.” Filipenses 2:3 DHH.
El apóstol Pablo dice que nada en absoluto debería hacerse por rivalidad o por orgullo ya que estos son dos de los peores adversarios a la unidad entre los siervos de Dios. Cualquier servicio o ministerio, que se realice bajo el dominio de la rivalidad u orgullo, no van a ser de olor fragante en la presencia del eterno Creador, más bien, van a ser desechados de su presencia, pues todo el servicio se realizó para su propia exhibición más no para agradar a Dios. Nuestro servicio a Dios debe ser impulsado por nuestro deseo de agradar a Dios y no por el deseo de ser mejor que alguien más. Cualquier cosa que realicemos la debemos realizar en humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a nosotros mismos. Esto no significa que debamos menospreciar nuestros dones, habilidades y talentos, peor aún, que debamos menospreciar nuestra vida. Considerar a nuestro prójimo superior a nosotros, implica que deberíamos vivir de manera desprendida por los demás, poniendo sus intereses por delante de los nuestros.
Como seguidores de Cristo, debemos apartar la rivalidad y orgullo de nuestra mente en nuestro servicio a Dios. Debemos tratar a los demás con respeto y cortesía. Estimar a los demás como superiores a uno mismo es totalmente extraño a la mente humana, y no podemos hacerlo con nuestras propias fuerzas. Sólo siendo habitados y capacitados por el Espíritu Santo podremos practicarlo. Pues considerar los intereses de los otros como más importantes que los nuestros nos une a Cristo, que fue el verdadero ejemplo de humildad.
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