Escuchar "El cuchillo (Dirceu Villa, en voces del autor y de Juliana Ángel Osorno)"
Síntesis del Episodio
Son huesos. Y a veces, la grasa amarilla en los huesos;
y a veces, la sangre roja en las uñas.
Son cerdos, o son las cabezas de los cerdos,
cuelgan de un gancho las cabezas,
o la cara de estúpida muerte de los cerdos
en la vidriera empañada de la carnicería.
O el blanco, pero el blanco embebido de rosa,
la sangre en el sueño de tripas,
sueña el carnicero: que empuña un cuchillo.
Y el blanco delantal que se empapa
o se toma la sangre que salta de los nervios
en un abrazo con huesos, donde vibra el cuchillo,
y cómo brilla el cuchillo que corta:
ésa es la virtud del acero en el puño, que se alza,
o la amenaza en la argolla vacía que lo agarra
a la pared de la carnicería, visible a los ojos,
anuncio de corte. O se afila contra una piedra,
y el único ojo vacío se concentra, a la espera de la carne.
Son cortes en la piedra tajeada de sangre,
o hendiduras, por donde la muerte lo espía
al carnicero con su sueño rojo, que acaricia
el filo afilado, la sonrisa sutil del cuchillo,
que corta. Y entonces el cuchillo es otra cosa:
ni cerdos, ni nervios, ni huesos,
ni siquiera el carnicero que lo sueña,
sino una extensión del brazo que lo hace vibrar,
y parte imborrable de lo que mutila,
el filo afilado, la sonrisa sutil del cuchillo, que corta.
y a veces, la sangre roja en las uñas.
Son cerdos, o son las cabezas de los cerdos,
cuelgan de un gancho las cabezas,
o la cara de estúpida muerte de los cerdos
en la vidriera empañada de la carnicería.
O el blanco, pero el blanco embebido de rosa,
la sangre en el sueño de tripas,
sueña el carnicero: que empuña un cuchillo.
Y el blanco delantal que se empapa
o se toma la sangre que salta de los nervios
en un abrazo con huesos, donde vibra el cuchillo,
y cómo brilla el cuchillo que corta:
ésa es la virtud del acero en el puño, que se alza,
o la amenaza en la argolla vacía que lo agarra
a la pared de la carnicería, visible a los ojos,
anuncio de corte. O se afila contra una piedra,
y el único ojo vacío se concentra, a la espera de la carne.
Son cortes en la piedra tajeada de sangre,
o hendiduras, por donde la muerte lo espía
al carnicero con su sueño rojo, que acaricia
el filo afilado, la sonrisa sutil del cuchillo,
que corta. Y entonces el cuchillo es otra cosa:
ni cerdos, ni nervios, ni huesos,
ni siquiera el carnicero que lo sueña,
sino una extensión del brazo que lo hace vibrar,
y parte imborrable de lo que mutila,
el filo afilado, la sonrisa sutil del cuchillo, que corta.
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