Escuchar "Cavar (Seamus Heaney, en la voz de Luisa Rivera)"
Síntesis del Episodio
Entre mis dedos índice y pulgar
cargo la pluma, firme como un arma.
Entra por la ventana un ruido áspero
–la pala hiende el suelo pedregoso–
y me asomo: mi padre está cavando.
Mientras agacha la agobiada espalda
junto a las flores, vuelvo veinte años,
y lo veo inclinarse entre los surcos
de papas, donde él solía cavar.
Con una bota rústica apoyada
en la pala, luego calzaba el mango
en la parte interior de la rodilla,
e iba tirando de los largos tallos
y después con la punta reluciente
de la pala, que hundía hondo en la tierra,
separaba las papas que sacábamos.
Nos gustaba tenerlas en las manos
y sentir su dureza refrescante.
Por Dios, sí que sabía manejar
una pala, mi padre, igual que el suyo.
Mi abuelo era capaz de recoger
en un día más turba que cualquiera.
Una vez le llevé un poco de leche
dentro de una botella con su tapa
precaria de papel. Él se paró
para beber. Después volvió a agacharse
y se puso a cortar con gran esmero:
arrojaba terrones por encima
del hombro, sin cesar, mientras cavaba
y cavaba, buscando turba buena.
El frío olor del moho de las papas,
el chapoteo en la turba empapada,
el filo de la pala cercenando
las raíces, me vuelven a la mente;
y sin embargo, yo no tengo pala
para seguir a hombres como ellos.
Entre mis dedos índice y pulgar
cargo la pluma.
Voy a cavar con ella.
cargo la pluma, firme como un arma.
Entra por la ventana un ruido áspero
–la pala hiende el suelo pedregoso–
y me asomo: mi padre está cavando.
Mientras agacha la agobiada espalda
junto a las flores, vuelvo veinte años,
y lo veo inclinarse entre los surcos
de papas, donde él solía cavar.
Con una bota rústica apoyada
en la pala, luego calzaba el mango
en la parte interior de la rodilla,
e iba tirando de los largos tallos
y después con la punta reluciente
de la pala, que hundía hondo en la tierra,
separaba las papas que sacábamos.
Nos gustaba tenerlas en las manos
y sentir su dureza refrescante.
Por Dios, sí que sabía manejar
una pala, mi padre, igual que el suyo.
Mi abuelo era capaz de recoger
en un día más turba que cualquiera.
Una vez le llevé un poco de leche
dentro de una botella con su tapa
precaria de papel. Él se paró
para beber. Después volvió a agacharse
y se puso a cortar con gran esmero:
arrojaba terrones por encima
del hombro, sin cesar, mientras cavaba
y cavaba, buscando turba buena.
El frío olor del moho de las papas,
el chapoteo en la turba empapada,
el filo de la pala cercenando
las raíces, me vuelven a la mente;
y sin embargo, yo no tengo pala
para seguir a hombres como ellos.
Entre mis dedos índice y pulgar
cargo la pluma.
Voy a cavar con ella.
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