Orando por ti - Unidad de Vida

28/11/2018 1h 14min
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Síntesis del Episodio

Coherencia en la vida de cada día
La vocación da un horizonte y a la vez marca un camino seguro, que se construye a lo largo de la vida, día tras día. Al empezar no sabíamos lo que el Señor nos pediría, pero deseamos decir siempre que sí, haciendo actual la entrega del primer día, cuando lo dimos todo por amor y para siempre, pues «los dones y la vocación de Dios son irrevocables» (Rm 11,29). La vocación, semilla que Dios ha puesto en nuestros corazones, ha de crecer para dar luz y calor a muchas almas, y llegar a ser un árbol frondoso; es esta una realidad que abraza todo nuestro ser y toda nuestra vida, y la unifica: da sentido, seguridad, armonía.
La unidad de vida se disfruta en el lugar donde Dios nos ha colocado, con las personas que tenemos alrededor, sin soñar en actividades que quizá desdirían de lo que somos y debemos ser. San Pablo invita a los Tesalonicenses a trabajar y ganarse el sustento y a que se ayuden a comportarse de ese modo (cfr. 2 Tes 3,6-15). Esta coherencia de vida hace que, porque reza y porque profundiza en las enseñanzas de la Iglesia, cada uno cumpla con sus compromisos: desde asistir a una cita aunque se haya presentado después otro plan aparentemente mejor, hasta pagar el billete del transporte público aunque no haya revisor, pasando por cumplir con las obligaciones fiscales.
Vivir así es luchar para poner en práctica la exhortación del Señor: «Que vuestro modo de hablar sea: «sí, sí»; «no, no». Lo que exceda de esto, viene del Maligno» (Mt 5,37). Cristo señala un modo de hablar: un estilo de vida cristiano que se actualiza mediante la presencia de Dios, una «atención respetuosa a su presencia, reconocida o menospreciada en cada una de nuestras afirmaciones», que se concreta en no mentir nunca, aunque en un momento dado eso nos pudiera sacar de algún apuro; comportarnos con dignidad, aunque nadie nos vea; no dar rienda suelta a la ira cuando nos ponemos al volante o jugamos un partido de futbol, como quien considera normal transformarse así en esas circunstancias. Como enseña el Concilio Vaticano II, en fin, los bautizados tienen que «cumplir fielmente sus deberes temporales, guiados por el Espíritu del Evangelio. […] Por su misma fe están más obligados a cumplirlos, cada uno según la vocación a la que ha sido llamado»