Por: NOX

Bajo un oscuro cielo sin estrellas, en una llanura de asfalto gris que marca con sus erosiones irregulares millones y millones de kilómetros a la redonda, hay una torre en el horizonte, una estructura hecha de metal corroído por un oxígeno que ya se ha evaporado de la atmósfera, y en la punta de esta torre una luz roja, titilante, insistente, incansable. La única luz por eternidades de tiempo y viaje. Y una sola señal en ese universo muerto, una única señal que rebota los planetas desérticos, los asteroides sin rumbo en la negrura de la nada y las ruinas de civilizaciones titánicas, ancestrales donde aún se pueden escuchar susurros de movimiento, crepitar de piedras desplazadas y alientos primigenios.

Ahora la señal ha encontrado un receptor.

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