En este capítulo, se cruzan dos líneas narrativas fundamentales: por un lado, la historia de los misioneros en la selva, que intentan "civilizar" a las niñas indígenas llevándolas al convento de Santa María de Nieva; por el otro, la vida en la región de Piura, donde don Anselmo, el misterioso personaje que construyó La Casa Verde (un prostíbulo legendario), empieza a cobrar protagonismo. La tensión entre lo religioso y lo mundano, entre la represión y el deseo, se hace más evidente, y se plantean preguntas sobre el poder, la moral y la libertad. Vargas Llosa entreteje múltiples voces con maestría, en un estilo que obliga al lector a reconstruir el tiempo y el espacio.

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