Este es uno de los ejercicios más significativos a la hora de hacernos conscientes de la irrealidad del motivo de nuestro aparente conflicto. Estamos entrenando para darnos cuenta de la inutilidad del ataque, ya que acabaremos por ver que, lo que habíamos considerado como "pecado" o una falta tan grave e inamovible, tan real e inalterable que no se podía cambiar, no era más que un error y tiene solución. El creer que el pecado era real nos convertía en culpables eternamente y la única manera de expiar la culpa o redimirla era sufriendo por ella o proyectándola fuera sobre los aparentes "otros" en un descabellado intento de no verla temporalmente en nosotros y así sentirnos inocentes por contraste.

Pero, ahora, se nos muestra la alternativa y es ver que el motivo de nuestro disgusto, aunque aparente ser otro, es siempre el mismo: creo que he traicionado al Amor por querer ser algo distinto a Ello. Esta creencia la hicimos inconsciente al proyectarla, por lo que puede sonarnos a chino lo que estamos diciendo, pero en algún rincón de nuestra mente, sabemos que es verdad, que en definitiva a lo que le tenemos miedo y con lo que estamos enfadados por habérsenos negado el deseo de ser amados de forma especial, es al Amor Mismo, a Dios.

No es necesario que comprendamos ahora que ya todo está bien y que somos una unidad perfecta en Dios por lo que no hay nadie ahí fuera distinto a nosotros o al Amor, tan solo es necesario que practiquemos el ejercicio tal como se plantea y su fuerza se hará patente de forma natural en nuestras mentes.

Iremos aprendiendo a ver verdaderamente y a no dejarnos engañar por la apariencia de ser seres separados y distintos, ya que iremos practicando la visión espiritual que no ve con los ojos físicos, sino con la mente Crística o mente sanada de la idea del pecado.

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