Lección 58. Repaso de las Lecciones 36 a 40

13/09/2017 4 min
Lección 58. Repaso de las Lecciones 36 a 40

Escuchar "Lección 58. Repaso de las Lecciones 36 a 40"

Síntesis del Episodio

LECCIÓN 58

Repaso de las Lecciones 36 a 40

“Mi santidad envuelve todo lo que veo”
“Mi santidad bendice al mundo”
“No hay nada que mi santidad no pueda hacer”
“Mi santidad es mi salvación”
“Soy bendito por ser un Hijo de Dios”

Instrucciones para la práctica

Propósito: Repasar las lecciones y así dejar que se adentren en un nivel más profundo.
También, ver la relación entre ellas y lo entrelazado que está el sistema de pensamiento al que se te está llevando.

Ejercicios: Tan a menudo como puedas (sugerencia: cada hora, a la hora en punto), durante al menos dos minutos.
Solo y en un lugar tranquilo, lee una de las cinco lecciones y los comentarios relacionados. Fíjate en que los comentarios como si fueran tus propios pensamientos sobre la idea. Intenta imaginarte que son tus propias palabras. Te ayudará introducir tu nombre a menudo. Esto te preparará para la fase siguiente, en la que tú mismo produces pensamientos semejantes.
Cierra los ojos y piensa en la idea y en los comentarios. Concretamente piensa en la idea central del párrafo del comentario. Reflexiona sobre ella. Deja que surjan pensamientos relacionados (utilizando el entrenamiento que has recibido en esa práctica). Si tu mente se distrae, repite la idea y luego vuelve a reflexionar sobre ella. Éste es el mismo ejercicio básico de la Lección 50, en el que activamente piensas sobre las ideas para dejar que se adentren más profundamente en tu mente.

Observaciones:
Al comienzo y al final del día lee las cinco lecciones.
A partir de entonces, haz una lección por sesión de práctica, el orden no importa.
Haz cada lección por lo menos una vez.
Cumplido eso, concéntrate en una lección determinada si es la que más te atrae.

Comentario

“La inocencia... es la verdad con respecto a mí mismo” (1:4). Yo realmente no lo creo. Quiero
creerlo, y puedo decir que lo creo; pero si realmente lo creyera, pienso que no estaría aquí. Al menos no estaría viendo el mundo de la manera que lo veo, porque el modo en que veo el mundo procede del modo en que me veo a mí mismo. “Lo único que puedo ver son los pensamientos que tengo acerca de mí mismo” (1:5). Por eso, si realmente creyera en mi inocencia, todo lo que vería sería inocencia por todas partes. Santidad.

Por esta razón, aceptar la Expiación para mí mismo, salva al mundo. Si puedo aceptar mi propia inocencia, todo lo que veré es inocencia. A menudo nos confundimos sobre quién perdona primero. ¿Perdono primero a otros, y luego veo mi propia inocencia? ¿O me perdono a mí mismo, permitiéndome así ver a los otros inocentes? La respuesta a ambas preguntas es “Si”.

¿Cómo pueden contestarse las dos preguntas “Si”? Porque “yo mismo” y “los otros” no somos realmente dos, somos uno. El pecado que veo en otros es siempre el mío propio, proyectado desde mi mente (T.31.II.1:5). Cuando perdono a “otros” estoy realmente perdonando mis propios pecados. Cualquier acto de perdón, sea dirigido hacia fuera o hacia dentro, tiene como resultado que todo el mundo es perdonado.

De este modo, cuando percibo mi santidad, he bendecido a todo el mundo. La santidad que veo en mí mismo, cuando la veo, es algo compartido por todo el mundo. A medida que mi propia inocencia se alza en mi mente, la santidad de todo el mundo se alza al mismo tiempo.

La inocencia, o santidad, es un tema importantísimo del Curso. “Todo el mundo tiene un papel especial en la Expiación, pero el mensaje que se le da a cada uno de ellos es siempre el mismo: El Hijo de Dios es inocente” (T.14.V.2:1). “El contenido del curso, no obstante, nunca varía. Su tema central es siempre: „El Hijo de Dios es inocente, y en su inocencia radica su salvación?

(M.1.3:4-5). Es un mensaje de absoluta inocencia, completa inocencia, inocencia universal, sin dejar a nadie ni a nada fuera de ella. No se condena a nadie. No se juzga a nadie como culpable. Nadie es castigado.

“Puesto que mi santidad me absuelve de toda culpa, reconocer mi santidad es reconocer mi salvación. Es también reconocer la salvación del mundo” (4:2-3). Como un Hijo de Dios yo soy santo, y por eso soy bendito. Pero si yo soy un Hijo de Dios, tú también lo eres, también lo es todo el mundo, porque soy un Hijo de Dios no por mi propio mérito ni por ningún logro que me diferencie de los demás, sino simplemente debido al hecho de que Dios me creó santo. A medida que reconozca este hecho sobre mí mismo, tengo que incluir a todos los que Dios creó, o me quedo excluido junto con todos los demás.

Mi derecho a la inocencia, y a “todo lo bueno y sólo lo bueno” (5:2), reside en el hecho de que soy el Hijo de Dios. Dios quiere todas las cosas buenas para mí y por lo tanto debo tenerlas, no porque me las haya merecido de algún modo, sino porque Él quiere darlas. “El cuidado que me prodiga es infinito y eterno. Soy eternamente bendito por ser Su Hijo” (5:7-8).

No importa lo que yo piense de mí mismo o que piense que lo he estropeado todo: todavía soy Su Hijo. Todavía soy inocente. Todavía soy santo.

“Recuerda esto: pienses lo que pienses de ti mismo, pienses lo que pienses del mundo, tu Padre
te necesita y te llamará hasta que por fin regreses a Él en paz”. (Canción de la Oración 3.IV.10.7)

“Ten fe en lo que sigue a continuación, y ello será suficiente: la Voluntad de Dios es que estés en el Cielo, y no hay nada que te pueda privar del Cielo o que pueda privar al Cielo de tu presencia. Ni tus percepciones falsas más absurdas, ni tus imaginaciones más extrañas ni tus pesadillas más aterradoras significan nada. No prevalecerán contra la paz que la Voluntad de Dios ha dispuesto para ti”. (T.13.XI.7:1-3)