Escuchar "Capítulo XI ¡Cuarenta y Cinco Años!"
Síntesis del Episodio
Todo tiene su causa, y tu tristeza y abatimiento la tiene también; te envuelve con su denso fluido un Espíritu de sufrimiento, que no hace muchos días dejó su envoltura en esa inmensa tumba, donde las religiones no han podido encender sus cirios funerarios, ni el orgullo humano ha levantado pirámides ni mausoleos; el mar es la gran fosa común, donde se confunden el suicida que negó la Omnipotencia del Eterno, y el náufrago que llamó a Dios en sus momentos de agonía.
El Espíritu que pretende comunicarse contigo, no tuvo tiempo en su última existencia de ser creyente o ateo, pues a las seis horas de haber nacido, su madre, su infeliz madre, desesperada, loca, huyendo de sí misma, le arrojó lejos de sí, y para estar segura de su muerte ella le lanzó al mar; y cuando las olas, compasivas, le abrieron sus brazos, y le durmieron con sus cantos y caricias, aquella mujer respiró mejor, miró en torno suyo, diciendo: “¡Nadie me ha visto, nadie!... Pero lo he visto yo… “Y entonces, horrorizada, se inspiró espanto, y pidió con acento delirante a las revueltas olas la restitución de aquel pobre ser entregado a su voracidad; pero aquéllas, semejantes a la calumnia, que no suelta su presa, rugiendo con enojo, levantaron una montaña de espuma, y huyeron presurosas llevándose una víctima de las preocupaciones sociales.
El Espíritu de ese niño vaga de continuo por estos lugares, a los cuales acude su madre para rezar con su amargo llanto.
¡Si vieras qué historias tan tristes tienen su epílogo en el mar!
¡Se cometen tantos crímenes ante el inmenso espejo de los cielos!
El Espíritu que pretende comunicarse contigo, no tuvo tiempo en su última existencia de ser creyente o ateo, pues a las seis horas de haber nacido, su madre, su infeliz madre, desesperada, loca, huyendo de sí misma, le arrojó lejos de sí, y para estar segura de su muerte ella le lanzó al mar; y cuando las olas, compasivas, le abrieron sus brazos, y le durmieron con sus cantos y caricias, aquella mujer respiró mejor, miró en torno suyo, diciendo: “¡Nadie me ha visto, nadie!... Pero lo he visto yo… “Y entonces, horrorizada, se inspiró espanto, y pidió con acento delirante a las revueltas olas la restitución de aquel pobre ser entregado a su voracidad; pero aquéllas, semejantes a la calumnia, que no suelta su presa, rugiendo con enojo, levantaron una montaña de espuma, y huyeron presurosas llevándose una víctima de las preocupaciones sociales.
El Espíritu de ese niño vaga de continuo por estos lugares, a los cuales acude su madre para rezar con su amargo llanto.
¡Si vieras qué historias tan tristes tienen su epílogo en el mar!
¡Se cometen tantos crímenes ante el inmenso espejo de los cielos!
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