Capítulo VII A Un Espíritu que Huye de la Luz

02/09/2019 14 min
Capítulo VII A Un Espíritu que Huye de la Luz

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Síntesis del Episodio

Mujer, hace algún tiempo que perdiste a una hija adorada, pero su muerte no fue una muerte tranquila; no te puedes acostumbrar a la idea de perderla velándola en sus noches de insomnio y de fiebre. No; fue por el contrario una sorpresa horrible la que recibiste. La niña estaba ante ti risueña y confiada, sonriente como la inocencia, hermosa como la felicidad, cuando ese elemento voraz, esa llama abrasadora que tantas víctimas ha ocasionado en los pasados siglos, esas lenguas de fuego que destruyen cuanto tocan, envolvió a tu hija cuando menos lo esperabas, y en el breve plazo de cinco horas quedó extinguida la savia vital de aquella niña encantadora, que durante diez años fue tu delicia por su gracia, por su donaire y gentileza, por su cariño, por su bondad, por su despejada inteligencia, y sobre todo, por ser tu hija, porque para las madres todos los hijos son dechados de virtudes y modelos de hermosura.
La impresión que debiste recibir fue tan dolorosa, que renunciamos a describirla, porque hay dolores que se profanan si se pretende trazar sus límites. El dolor de una madre ante el cadáver de su hijo, es la esencia de todos los sufrimientos, es el resumen de todas las angustias, es la agonía del alma enloquecida que duda en su delirio si existe Dios.
¡Pobre madre! ¡Pobre Espíritu! ¡Qué larga es tu cuenta cuando aún tienes que pagar tan inmensa cantidad!
“Mujer escúchanos: Tú tienes pruebas innegables de la supervivencia del alma, tú sabes que los espíritus se comunican, porque se han comunicado contigo, porque tú misma inspirada por un Espíritu has escrito tu propia historia; y después de manifestaciones tan evidentes, después de hechos tan irrefutables, después de verte envuelta en los mágicos resplandores de la verdad, tu dualismo te hunde en el caos del error, dudar tú de la supervivencia del alma, nos parece imposible y sin embargo, desgraciadamente es cierto”.
“Tu Espíritu rebelde huye de la luz, y no es ahora solamente, hace muchos siglos que viene huyendo, y por eso tocas tan fatales consecuencias; por eso tus encarnaciones son tan combatidas de violentísimas y desesperadas sensaciones, por eso tienes que llorar a mares, por eso tienes que cubrirte con el sudario del dolor, porque tú misma tejes la tela de la túnica del martirio”.
“¡Pobre Espíritu! Reflexiona, medita, analiza, no niegues lo que has visto, no cierres los ojos del entendimiento para no ver la luz espléndida del luminar de la razón”.
“¡Recuerda tu ayer! Evoca a tus espíritus amigos, pídeles consuelo, luz y verdad; y ellos te darán fortaleza para sufrir las duras pruebas de tu vida”.
“Nos interesamos mucho por ti, porque nos inspiran profunda compasión todos los seres que padecen; y tú has padecido tan horriblemente, te has visto tan sola… ¡Tan abandonada! Que más de una vez has pensado en buscar en la muerte el olvido de tus dolores; mas ¡Ay! Que el suicidio es una playa maldita y en sus agudas rocas se estrellan cuantos buques arrojan el ancla sobre sus piedras”.
“De nada te ha servido tu maravillosa inteligencia, vives hace muchos siglos y tu vida es una agonía sin tregua, ¿Hasta cuándo vas a estar así?”