Para vivir plenamente

06/03/2018 7 min
Para vivir plenamente

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Síntesis del Episodio

“Yo me entrego a la Verdad.
Hágase tu voluntad y no la mía.
No me des lo que Yo quiero, sino lo que Yo necesito.
Yo me entrego a la Verdad”

A este precioso mantra sólo le añadiría: ¡Por favor!, haz que coincidan los dos!

Cuando niña admiraba la abnegación de las mujeres que venían a ayudarnos. Mi madre trabajaba fuera de casa y necesitaba una ayuda con la plancha. Durante horas, con un calor enorme, esas mujeres planchaban sin oírseles una queja, ni una mala cara siquiera.

Enjutas y muy mayores; morenas y recias. Todas pasaban de los 50 años. En sus rostros había abnegación, y también pureza de alma. Por entonces tan sólo me fijaba en que se premiaban con sentarse cuando acababan de planchar.

Yo me refugiaba cerca de ellas, a imaginar, y las miraba con gran curiosidad con el cigarrillo dentro de la boca. Me preguntaba ¿por qué no se quemaban? mientras una hebra de humo salía por la comisura de sus labios.

Mujeres abnegadas como mi madre. Nacimos en una tierra muy rica, donde la pobreza es el resultado de las grandes diferencias sociales. A ese valor al que no sabía ponerle nombre me sonó a esclavitud.

No podía entender su actitud. Pensaba que eso era propio de quien no ha concebido la reivindicación como alternativa a situaciones de desigualdad. A un machismo que relega a la mujer a tener que aguantarse.

Mi propia madre tuvo que lidiar con el carácter fuerte de mi padre. Y durante muchos años eso me pareció una alternativa que no estaba dispuesta a reproducir. No aguantaría a ningún hombre.

Todo lo que me sonase a la abnegación se convirtió en un signo de debilidad. Había distorsionado por completo un valor que nos aproxima a la esencia del mantra, y que nos conecta con la posibilidad de conciliar dentro de nosotros.

Lo que supuse que era una abnegación gratuita, o un resignarse, me impidió ir más allá para descubrir el significado de su Fortaleza, una cualidad que mi madre me volvió a mostrar a punto de cumplir sus 90 años.

Fue operada de la cadera. Y lo admirable de ese hecho fue su actitud antes, durante, y después de la operación. Ni una sola queja, nada que me indicara que estuviese pasándolo mal. Podría interpretar el hecho de miles de formas.

Decir por ejemplo, que tiene una enorme aceptación. Que es una mujer muy fuerte. ¡Para nada se aproxima! Mí madre es ese mantra hecho persona. Con su actitud me recordó un mensaje que hizo cuerpo en ella, y que me trasmite desde el instante en que mi ser entró en su vientre.

Su fortaleza tiene al espíritu como aliado. Es un saber estar plenamente en la vida, porque detrás de la vitalidad, de esa naturaleza coqueta, entusiasta, y de carácter, está la entrega a la voluntad de lo divino, sin más. Ante ella me inclino con absoluta humildad, porque soy su alumna.

Mi madre me enseña para qué sirve la Fortaleza. Es una actitud pura de agradecimiento a la bendición de estar Viva. Porque mi madre ama la vida con sus hechos, con su amor por los chicos jóvenes, por su vestido nuevo, y por estar satisfecha de haber dado lo mejor a su marido y a su hija.

Cuando era una niña confundí muchas de sus actitudes. Su incondicionalidad hacía mí y hacía mi padre, era su forma de entender el camino de entrega que había elegido. Para ella tenía todos los significados.

Incluso ahora, en la distancia, y con todas las distorsiones cognitivas que experimenta, deseando que esté físicamente cerca, me da la libertad para seguir mi camino. Su fortaleza le permite el desapego como regalo de amor.

Coincidir lo que se quiere con lo que se necesita te permite comprender que todo lo que sucede es para tu mayor bien. Eso me enseñó con sus hechos mi madre. Se hizo grande en ello, y con mucha más entereza desde la muerte de mi padre.

Sin fortaleza no es posible ni la entrega, ni el desapego. Este trio es necesario para que cese el ruido interno. Porque entre lo que quiero y lo que necesito se produce un ruido cognitivo que impide la comunicación interna.

Esa voz distorsionada ejerce un pulso entre lo que se quiere y lo que se necesita, y que arruina, por costumbre, la conciliación interna, que está llena de miedo a lo que no hemos perdonado. Entendido el perdón como todo aquello que ahora podemos ver en su significado transcendente, y no como una percepción que nos hace sufrir.

De ahí que cuando nos entregamos a que una fuerza, ajena al ruido, venga a mediar sin nuestra intervención, propicie en un instante el cambio de percepción, ocurra de repente una pausa, y el ruido entonces, desaparezca. ¡Hemos dejado de guerrear con nosotros mismos!

Sueltas la pretensión de lo que quieres que suceda, y te abres a lo que se necesita. Ese es el recorrido imprescindible de la entrega, para quienes nos asusta Vivir plenamente.

Fuerza para mirar de frente lo que quieres, profundizar en ello, ver lo que te limita para conseguirlo; y desde esa reflexión ir a lo que se necesita. Contemplar los escenarios de lo que está a favor nuestro, y a favor de nuestra grandeza. ¡Gracias Mamá!