A Nicholas Roerich le gustaba decir: "Benditos sean los obstáculos, a través de ellos crecemos". Estaba bien calificado para saberlo, porque los obstáculos eran una constante en su vida. Una mirada superficial a su vida revelaría solo creatividad y aventura, mucho más de lo que generalmente se asigna a cualquier persona en su vida. Pero debajo de esa superficie yacía una dificultad siempre presente.
Era un escalador infatigable: escalaba montañas, y también escalaba la vida. Otro dicho que le gustaba repetir, también relacionado con los obstáculos, era: "Es más fácil subir una pendiente rocosa que una lisa. Las rocas proporcionan escalones en los que uno puede encontrar la fuerza para moverse hacia arriba. Y así es en la vida".
Roerich recorrió Asia Central con toda la fuerza de los curiosos y la sometió a la mirada del científico, del aventurero, del artista y del buscador espiritual. Había escuchado la llamada de Shambala. Todo estaba allí para ser explorado, para ser desenterrado, para ser registrado en papel y lienzo. Para él, Asia Central era el depósito de la sabiduría de los siglos, el corazón del planeta, el lugar al que se regresa y del que se sale renacido.
Él estaba en el Camino

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